En su Ensayo sobre las Enfermedades de la Cabeza, Kant (1764), antes que
muchos otros pensadores, ya se manifestaba en contra de la institucionalización
de las enfermedades mentales y la explotación de juicios – y prejuicios – de
valor, producto de un corrupto ethos
en que “la razón y la virtud se
convierten en consigna general, de tal modo, sin embargo, que el ardor en
hablar de ellas puede quizá dispensar a las personas instruidas y bien educadas
de la carga de poseerlas” (p. 341). Así pues, y a pesar de imprecar contra
lo que en aquella época caía dentro de la categoría de la “locura”, nuestro autor nunca quedó exento de la influencia del
discurso médico, situación evidente en la clasificación de las lacras de la cabeza (Kant, 1764) que
reproducimos a continuación:
1. Demencia: Trastrueque de los conceptos de la experiencia pero
permanencia relativamente estable del correcto juicio (alucinaciones,
hipocondría, melancolía, fanatismo);
2. Delirio: Perturbación de la facultad de enjuiciar, ante todo,
la experiencia misma (soberbia, paranoia) y
3. Alienación: Trastorno de la razón en lo tocante a los juicios más
universales (vesania, desatino, frenesí) 1.
Si bien esta no fue la primera clasificación de lo que
actualmente conocemos por psicosis, no podemos confundir las intenciones del
filósofo al formular una nosología de la “locura”
con el nihilismo terapéutico al que tantas veces aluden Roudinesco y Plon
(1998) en referencia al saber
psiquiátrico, cuyo único interés parece ser clasificar, más que escuchar. La
finalidad de Kant era, principalmente, la denuncia en relación a que el mote de
loco estuviera – y siga estando – destinado
únicamente a aquellos cuyo poder adquisitivo no les mereciera el título de excéntricos 2, postura ampliada y retomada por los
principales representantes de la antipsiquiatría 3, entre los que,
indirectamente hablando, podríamos considerar a Maud y a Octav Mannoni, pareja
de psicoanalistas franceses quienes repensaron la teoría desde Lacan y otros
autores, proponiendo un original “sistema” independiente de cualquier tipo de
poder administrativo, cuyo fin sería el de promover “una escena que permita una libertad de expresión y de acción, al
margen de las convenciones y prohibiciones sociales” (Mannoni, 1973: 67),
la Institución Estallada 4.
Esto, en el aquel entonces centro de antipsiquiatría ubicado en
Bonneuil-sur-Marne.
En La Educación
Imposible, Mannoni (1973) se cuestiona sobre los factores que influyeron en
la enfermedad de Daniel Paul Schreber – caso clínico que Freud (1911 [1910])
hiciera célebre durante los albores del psicoanálisis –, concluyendo que, la
exaltación del padre real – dicho
esto en términos predominantemente lacanianos – bloqueó toda posibilidad de
inscripción por parte de la madre en la educación del referido. Así pues, el
delirio redentor y fantasías de mudanza en una fémina, hallan su raíz en la
incapacidad del padre – Daniel Gottlieb Moritz Schreber – y su sustituto – el
Dr. Paul Emil Flechsig – de reconocer a Schreber en un nivel más allá de lo real, por lo que éste busca su
reconstrucción en el plano de lo imaginario,
lo anterior, a fin de hallar eso que
desde la infancia le fue negado, su autenticidad simbólica (Mannoni, 1973). No
es motivo de este ensayo el abundar en datos concernientes a este caso o a la
forma en que Mannoni participó de la rehabilitación de adolescentes graves;
exclusivamente nos avocaremos a una breve historización del camino que han
seguido el psicoanálisis, la psiquiatría y las diferentes concepciones que a la
fecha existen sobre la “locura”.
Phillipe Pinel, contemporáneo de Kant, fue pionero en
la revolución del pensamiento médico en cuanto a la comprensión de los
pacientes graves se refiere. Inspirado por la obra de Joseph Daquin, quien
afirmaba que “Los dementes no eran
animales depravados, sino personas enfermas que necesitaban tratamiento” (Hothersall,
2004: 263), planteó la imperativa necesidad de conferirle humanidad a todo
aquel que “enloqueciera” antes de la vejez, no apaleándolos y ridiculizándolos
como era costumbre, sino dándoles la simpatía y orientación que todo hombre merece. Este fue un primer paso
adelante en la eliminación de la superchería del saber psiquiátrico, que realmente creía en sus métodos
“terapéuticos” para el tratamiento del delirio y otras manifestaciones de
desorganización mental 5. Así pues, pugnó por suprimir cualquier
tipo de restricción o crueldad física – cadenas, confinamiento, violaciones, etc.
– en el Manicomio de Bicêtre, París, del cual fuera nombrado Director en 1793 (Hothersall,
2004), con excelentes resultados en cuanto a la “readaptación” de muchos
ex-internos 6. Dicho éxito le valió el mismo nombramiento, esta vez
en la célebre Salpêtrière, asilo de mujeres “trastornadas”, mismas que eran
abusadas por los guardias y, en algunas ocasiones, por los visitantes, antes de
la llegada de este médico (Hothersall, 2004).
A pesar del gran avance que Pinel – y algunos otros
reformistas que le sucedieron 7– representó para la historia de la
psiquiatría, su modelo aún estaba basado en lo que Maud Mannoni (1973) denomina
coerción camuflada (p. 29), situación
que, indefectiblemente, le impidió lograr algún avance real con el llamado Niño de Aveyron sino hasta llegados la
señora Guérin y uno de los asistentes de Pinel, Jean Marc Gaspard Itard
(Hothersall, 2004), entre quienes, la primera, fue la única que supo escuchar el síntoma del infante,
permitiéndole contar para alguien más “sin
haber tenido por ello que eclipsarse como sujeto” (Mannoni, 1973: 71).
La idea de un tratamiento individual nació con el
trabajo de Franz Mesmer, considerado el primer psicoterapeuta y fundador del mesmerismo, posteriormente llamado hipnotismo (Goldman, 1995). Es en este
momento que aparece en escena Emil Kraepelin, conocido por su aportación a la
moderna clasificación de las psicosis, entre las que distinguía “la paranoia, la demencia precoz y la ‘locura’
maníaco-depresiva, heredera de la antigua melancolía, que se convertiría en la
psicosis maníaco-depresiva” (Roudinesco & Plon, 1998: 273),
caracterizada por desequilibrio anímico, consistente en variaciones oscilantes
entre la manía y la depresión (Roudinesco & Plon, 1998) 8. Así
pues, la demencia precoz 9
está íntimamente relacionada con lo que hoy se entiende por esquizofrenia 10.
Cabe resaltar que dicho término fue motivo de debate pues algunos de los
síntomas que la caracterizaban también aparecían, ora en la histeria, ora en la
melancolía, lo que llevó a la denominación histeria
crepuscular por parte del psiquiatra Sigbert Ganser (Roudinesco & Plon,
1998).
Siguiendo la terminología de Kraepelin, Freud se
refería a las psicosis “como un trastorno
entre el yo y el mundo externo” (Roudinesco & Plon: 869), en el que la paranoia se erigía como el modelo
prototípico de esta desorganización. Así, toda psicosis implicaba una
catectización exclusivamente narcisista en la que la realidad es constantemente
reconstruida en forma de alucinaciones y delirios, y en la que el Edipo y la otredad no juegan un papel preponderante.
En suma, agrega “que el carácter
paranoico reside en que para defenderse de una fantasía de deseo homosexual se
reacciona, precisamente, con un delirio de persecución de esa clase”
(Freud, 1911 [1910]: 55) 11. En este punto, empieza a elaborarse la
distinción estructural entre neurosis, perversión y psicosis, donde el
psicoanálisis originario, paradójicamente, rompe con toda pretensión
nosográfica pues, como señalara Bergeret hace unas décadas (1974), hasta la más
psicótica de las psicosis puede – y de hecho, lo hace – presentar algunos mecanismos
y rasgos que en algún momento fueran considerados exclusivos de las estructuras
neuróticas. El sueño mismo es un ejemplo de que “El hombre más normal se vuelve psicótico durante la noche”
(Ferenczi, 1926 citado en Roudinesco & Plon, 1998: 870).
Tristemente, y con la reformulación constante del
Manual de Enfermedades Mentales (DSM) 12, psiquiatría, psicología y
psicoanálisis cada vez se deshumanizan más, poniendo en entredicho toda
posibilidad de cambio u homeostasis sin la mediación de fármacos o “píldoras de la felicidad” (Roudinesco
& Plon, 1998), reduciendo la escucha
a un sinsentido que no hace sino retrasar nuestros horarios. Thomas Szasz
(1970) afirma que si Dios y el Diablo eran categorías imperativas
dentro de la ideología medieval, la noción de Enfermedad y Salud Mental
las ha sustituido en una era en que la industria farmacéutica domina sobre las
instituciones dedicadas a “salvaguardar” la integridad física y mental de todo
individuo. Si bien ciertas enfermedades como la esclerosis múltiple o el
Parkinson requieren de medicación en aras de prolongar y mejorar, en la medida
de lo posible, la calidad de vida del sujeto, no podemos pretender que toda
desorganización pueda, o deba
tratarse vía farmacológica.
Considero
este breviario un aliciente al clínico de hoy para pensar lejos de preconstructos que, más que historizar y promover
motilidad mental, escotomizan el mirar,
convirtiéndonos en marionetas frías, ciegas, sordas e insensibles al dolor de
aquellos que a nosotros acuden con el fin de que alguien los escuche para, con
el paso del tiempo, elaborar la conflictiva que, en primera instancia, los
llevo a buscar pensarse.
Notas
1 En esta categoría, entrarían el espectro autista y
algunos subtipos de esquizofrenia.
2 Incluso acepta la coexistencia del genio con algunas de estas manifestaciones
que hoy tendemos a tildar de patológicas.
3 Entre quienes destacan su fundador David Cooper,
Ronald Laing, Franco Basaglia, Thomas Szasz, Gregory Bateson y, a pesar de no ser
declaradamente parte del movimiento, Michel Foucault, Félix Guattari y Gilles
Deleuze.
4 La Institución Estallada
permite una apertura fuera de la reclusión hospitalaria: “Mediante la oscilación de un lugar a otro, puede surgir un sujeto que
se pregunte por lo que quiere” (Mannoni, 1973: 72). Véase también El Psiquiatra, su “Loco” y el Psicoanálisis,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1970, en donde se presentó por vez primera este
modelo.
5 Sangrías, vomitivas, hidroterapia, electroterapia, la
cura del molinete, etc. Cada una de estas “curas” obedecía a una ley de
causa-efecto limitada a silogismos y aducciones sinsentido que, incluso a
principios del siglo XX, aún eran patentes en algunas partes del mundo. Por
ejemplo, sabemos, gracias a un artículo de William Niederland dedicado a la
relación de Schreber con su médico (1968, citado en Mannoni, 1973), que
Flechsig hablaba de los “beneficios” de la castración como tratamiento de la
enfermedad mental.
6 Hothersall (2004) refiere que, 8 años antes,
Vincenzio Chiarugi realizó lo mismo con el fin de construir una gestión
humanitaria en los asilos italianos, sin embargo, dicha iniciativa no fue
documentada con la amplitud necesaria (p. 264).
7 William Tuke, Johann Guggenbühl, Dorothea Lynde Dix, Franz
Mesmer, etc.
8 Dicha entidad fue descrita anteriormente por Thomas
Willis y Jean-Pierre Falret quien, en 1852, le confiriera el nombre de “locura” circular (Roudinesco &
Plon, 1998).
9 Bénédict-Augustin Morel describió y bautizó esta
forma de “locura” por primera vez entre
1850 y 1860 (Roudinesco & Plon, 1998).
10 Término acuñado por Eugen Bleuler en 1911, haciendo
referencia a la escisión (schizein)
del pensamiento (phrenos) característica
de dicho espectro, análoga a la incoherencia del afecto “y la acción, un repliegue sobre sí mismo (o autismo) y una actividad
delirante” (Roudinesco & Plon: 272).
11 En este sentido, Héctor Escobar (en Cerda, Gaitán
& Meyer, 2009) refuta la existencia de una relación universal entre
homosexualidad y paranoia ya que, por definición, no puede haber una elección
de objeto y una sexuación sin haber
pasado por el orden fálico-edípico característico de la neurosis y otras
estructuras menos arcaicas que la psicosis.
12 Agregaría como elemento de este mismo síntoma la
aparición del PDM (Psychodynamic
Diagnostic Manual), artificio elaborado por algunos de los más reconocidos
representantes de la denominada Psicología
del Yo, encumbrado a la clasificación psicodinámica de las diferentes
estructuras psíquicas.
Referencias
·
Bergeret, J. (1974). La Personalidad Normal y Patológica. México: Gedisa.
·
Cerda, A.; Gaitán, P. & Meyer, M. (2009). Schreber. Los Archivos de la Locura.
México: Paradiso Editores y Universidad Iberoamericana.
·
Freud, S. (1911 [1910]). Puntualizaciones Psicoanalíticas sobre un Caso de Paranoia (Dementia
Paranoides) descrito Autobiográficamente [Obras Completas. Tomo XII].
Buenos Aires: Amorrortu.
·
Hothersall, D. (2004). Historia de la Psicología. México: McGraw-Hill.
·
Kant, I. (1764). Ensayo
sobre las Enfermedades de la Cabeza. Madrid: Mínimo Tránsito.
·
Mannoni, M. (1973). La Educación Imposible. México: Siglo XXI.
·
Roudinesco, É. & Plon, M. (1998). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos
Aires: Paidós.
·
Szasz, Th. (1970). Ideología
y Enfermedad Mental. Buenos Aires: Amorrortu.