lunes, 26 de noviembre de 2012

Psiquiatría y Psicosis: Pensando a la "Locura" [Javier J. León]


En su Ensayo sobre las Enfermedades de la Cabeza, Kant (1764), antes que muchos otros pensadores, ya se manifestaba en contra de la institucionalización de las enfermedades mentales y la explotación de juicios – y prejuicios – de valor, producto de un corrupto ethos en que “la razón y la virtud se convierten en consigna general, de tal modo, sin embargo, que el ardor en hablar de ellas puede quizá dispensar a las personas instruidas y bien educadas de la carga de poseerlas” (p. 341). Así pues, y a pesar de imprecar contra lo que en aquella época caía dentro de la categoría de la “locura”, nuestro autor nunca quedó exento de la influencia del discurso médico, situación evidente en la clasificación de las lacras de la cabeza (Kant, 1764) que reproducimos a continuación:

1.    Demencia: Trastrueque de los conceptos de la experiencia pero permanencia relativamente estable del correcto juicio (alucinaciones, hipocondría, melancolía, fanatismo);
2.    Delirio: Perturbación de la facultad de enjuiciar, ante todo, la experiencia misma (soberbia, paranoia) y
3.    Alienación: Trastorno de la razón en lo tocante a los juicios más universales (vesania, desatino, frenesí) 1.

Si bien esta no fue la primera clasificación de lo que actualmente conocemos por psicosis, no podemos confundir las intenciones del filósofo al formular una nosología de la “locura” con el nihilismo terapéutico al que tantas veces aluden Roudinesco y Plon (1998) en referencia al saber psiquiátrico, cuyo único interés parece ser clasificar, más que escuchar. La finalidad de Kant era, principalmente, la denuncia en relación a que el mote de loco estuviera – y siga estando – destinado únicamente a aquellos cuyo poder adquisitivo no les mereciera el título de excéntricos 2, postura ampliada y retomada por los principales representantes de la antipsiquiatría 3, entre los que, indirectamente hablando, podríamos considerar a Maud y a Octav Mannoni, pareja de psicoanalistas franceses quienes repensaron la teoría desde Lacan y otros autores, proponiendo un original “sistema” independiente de cualquier tipo de poder administrativo, cuyo fin sería el de promover “una escena que permita una libertad de expresión y de acción, al margen de las convenciones y prohibiciones sociales” (Mannoni, 1973: 67), la Institución Estallada 4. Esto, en el aquel entonces centro de antipsiquiatría ubicado en Bonneuil-sur-Marne.
En La Educación Imposible, Mannoni (1973) se cuestiona sobre los factores que influyeron en la enfermedad de Daniel Paul Schreber – caso clínico que Freud (1911 [1910]) hiciera célebre durante los albores del psicoanálisis –, concluyendo que, la exaltación del padre real – dicho esto en términos predominantemente lacanianos – bloqueó toda posibilidad de inscripción por parte de la madre en la educación del referido. Así pues, el delirio redentor y fantasías de mudanza en una fémina, hallan su raíz en la incapacidad del padre – Daniel Gottlieb Moritz Schreber – y su sustituto – el Dr. Paul Emil Flechsig – de reconocer a Schreber en un nivel más allá de lo real, por lo que éste busca su reconstrucción en el plano de lo imaginario, lo anterior, a fin de hallar eso que desde la infancia le fue negado, su autenticidad simbólica (Mannoni, 1973). No es motivo de este ensayo el abundar en datos concernientes a este caso o a la forma en que Mannoni participó de la rehabilitación de adolescentes graves; exclusivamente nos avocaremos a una breve historización del camino que han seguido el psicoanálisis, la psiquiatría y las diferentes concepciones que a la fecha existen sobre la “locura”.
Phillipe Pinel, contemporáneo de Kant, fue pionero en la revolución del pensamiento médico en cuanto a la comprensión de los pacientes graves se refiere. Inspirado por la obra de Joseph Daquin, quien afirmaba que “Los dementes no eran animales depravados, sino personas enfermas que necesitaban tratamiento” (Hothersall, 2004: 263), planteó la imperativa necesidad de conferirle humanidad a todo aquel que “enloqueciera” antes de la vejez, no apaleándolos y ridiculizándolos como era costumbre, sino dándoles la simpatía y orientación que todo hombre merece. Este fue un primer paso adelante en la eliminación de la superchería del saber psiquiátrico, que realmente creía en sus métodos “terapéuticos” para el tratamiento del delirio y otras manifestaciones de desorganización mental 5. Así pues, pugnó por suprimir cualquier tipo de restricción o crueldad física – cadenas, confinamiento, violaciones, etc. – en el Manicomio de Bicêtre, París, del cual fuera nombrado Director en 1793 (Hothersall, 2004), con excelentes resultados en cuanto a la “readaptación” de muchos ex-internos 6. Dicho éxito le valió el mismo nombramiento, esta vez en la célebre Salpêtrière, asilo de mujeres “trastornadas”, mismas que eran abusadas por los guardias y, en algunas ocasiones, por los visitantes, antes de la llegada de este médico (Hothersall, 2004).
A pesar del gran avance que Pinel – y algunos otros reformistas que le sucedieron 7– representó para la historia de la psiquiatría, su modelo aún estaba basado en lo que Maud Mannoni (1973) denomina coerción camuflada (p. 29), situación que, indefectiblemente, le impidió lograr algún avance real con el llamado Niño de Aveyron sino hasta llegados la señora Guérin y uno de los asistentes de Pinel, Jean Marc Gaspard Itard (Hothersall, 2004), entre quienes, la primera, fue la única que supo escuchar el síntoma del infante, permitiéndole contar para alguien más “sin haber tenido por ello que eclipsarse como sujeto” (Mannoni, 1973: 71).
La idea de un tratamiento individual nació con el trabajo de Franz Mesmer, considerado el primer psicoterapeuta y fundador del mesmerismo, posteriormente llamado hipnotismo (Goldman, 1995). Es en este momento que aparece en escena Emil Kraepelin, conocido por su aportación a la moderna clasificación de las psicosis, entre las que distinguía “la paranoia, la demencia precoz y la ‘locura’ maníaco-depresiva, heredera de la antigua melancolía, que se convertiría en la psicosis maníaco-depresiva” (Roudinesco & Plon, 1998: 273), caracterizada por desequilibrio anímico, consistente en variaciones oscilantes entre la manía y la depresión (Roudinesco & Plon, 1998) 8. Así pues, la demencia precoz 9 está íntimamente relacionada con lo que hoy se entiende por esquizofrenia 10. Cabe resaltar que dicho término fue motivo de debate pues algunos de los síntomas que la caracterizaban también aparecían, ora en la histeria, ora en la melancolía, lo que llevó a la denominación histeria crepuscular por parte del psiquiatra Sigbert Ganser (Roudinesco & Plon, 1998).
Siguiendo la terminología de Kraepelin, Freud se refería a las psicosis “como un trastorno entre el yo y el mundo externo” (Roudinesco & Plon: 869), en el que la paranoia se erigía como el modelo prototípico de esta desorganización. Así, toda psicosis implicaba una catectización exclusivamente narcisista en la que la realidad es constantemente reconstruida en forma de alucinaciones y delirios, y en la que el Edipo y la otredad no juegan un papel preponderante. En suma, agrega “que el carácter paranoico reside en que para defenderse de una fantasía de deseo homosexual se reacciona, precisamente, con un delirio de persecución de esa clase” (Freud, 1911 [1910]: 55) 11. En este punto, empieza a elaborarse la distinción estructural entre neurosis, perversión y psicosis, donde el psicoanálisis originario, paradójicamente, rompe con toda pretensión nosográfica pues, como señalara Bergeret hace unas décadas (1974), hasta la más psicótica de las psicosis puede – y de hecho, lo hace – presentar algunos mecanismos y rasgos que en algún momento fueran considerados exclusivos de las estructuras neuróticas. El sueño mismo es un ejemplo de que “El hombre más normal se vuelve psicótico durante la noche” (Ferenczi, 1926 citado en Roudinesco & Plon, 1998: 870).
Tristemente, y con la reformulación constante del Manual de Enfermedades Mentales (DSM) 12, psiquiatría, psicología y psicoanálisis cada vez se deshumanizan más, poniendo en entredicho toda posibilidad de cambio u homeostasis sin la mediación de fármacos o “píldoras de la felicidad” (Roudinesco & Plon, 1998), reduciendo la escucha a un sinsentido que no hace sino retrasar nuestros horarios. Thomas Szasz (1970) afirma que si Dios y el Diablo eran categorías imperativas dentro de la ideología medieval, la noción de Enfermedad y Salud Mental las ha sustituido en una era en que la industria farmacéutica domina sobre las instituciones dedicadas a “salvaguardar” la integridad física y mental de todo individuo. Si bien ciertas enfermedades como la esclerosis múltiple o el Parkinson requieren de medicación en aras de prolongar y mejorar, en la medida de lo posible, la calidad de vida del sujeto, no podemos pretender que toda desorganización pueda, o deba tratarse vía farmacológica.
Considero este breviario un aliciente al clínico de hoy para pensar lejos de preconstructos que, más que historizar y promover motilidad mental, escotomizan el mirar, convirtiéndonos en marionetas frías, ciegas, sordas e insensibles al dolor de aquellos que a nosotros acuden con el fin de que alguien los escuche para, con el paso del tiempo, elaborar la conflictiva que, en primera instancia, los llevo a buscar pensarse.



Notas

1 En esta categoría, entrarían el espectro autista y algunos subtipos de esquizofrenia.
2 Incluso acepta la coexistencia del genio con algunas de estas manifestaciones que hoy tendemos a tildar de patológicas.
3 Entre quienes destacan su fundador David Cooper, Ronald Laing, Franco Basaglia, Thomas Szasz, Gregory Bateson y, a pesar de no ser declaradamente parte del movimiento, Michel Foucault, Félix Guattari y Gilles Deleuze.
4 La Institución Estallada permite una apertura fuera de la reclusión hospitalaria: “Mediante la oscilación de un lugar a otro, puede surgir un sujeto que se pregunte por lo que quiere” (Mannoni, 1973: 72). Véase también El Psiquiatra, su “Loco” y el Psicoanálisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 1970, en donde se presentó por vez primera este modelo.
5 Sangrías, vomitivas, hidroterapia, electroterapia, la cura del molinete, etc. Cada una de estas “curas” obedecía a una ley de causa-efecto limitada a silogismos y aducciones sinsentido que, incluso a principios del siglo XX, aún eran patentes en algunas partes del mundo. Por ejemplo, sabemos, gracias a un artículo de William Niederland dedicado a la relación de Schreber con su médico (1968, citado en Mannoni, 1973), que Flechsig hablaba de los “beneficios” de la castración como tratamiento de la enfermedad mental.
6 Hothersall (2004) refiere que, 8 años antes, Vincenzio Chiarugi realizó lo mismo con el fin de construir una gestión humanitaria en los asilos italianos, sin embargo, dicha iniciativa no fue documentada con la amplitud necesaria (p. 264).
7 William Tuke, Johann Guggenbühl, Dorothea Lynde Dix, Franz Mesmer, etc.
8 Dicha entidad fue descrita anteriormente por Thomas Willis y Jean-Pierre Falret quien, en 1852, le confiriera el nombre de “locura” circular (Roudinesco & Plon, 1998).
9 Bénédict-Augustin Morel describió y bautizó esta forma de “locura” por primera vez entre 1850 y 1860 (Roudinesco & Plon, 1998).
10 Término acuñado por Eugen Bleuler en 1911, haciendo referencia a la escisión (schizein) del pensamiento (phrenos) característica de dicho espectro, análoga a la incoherencia del afecto “y la acción, un repliegue sobre sí mismo (o autismo) y una actividad delirante” (Roudinesco & Plon: 272).
11 En este sentido, Héctor Escobar (en Cerda, Gaitán & Meyer, 2009) refuta la existencia de una relación universal entre homosexualidad y paranoia ya que, por definición, no puede haber una elección de objeto y una sexuación sin haber pasado por el orden fálico-edípico característico de la neurosis y otras estructuras menos arcaicas que la psicosis.
12 Agregaría como elemento de este mismo síntoma la aparición del PDM (Psychodynamic Diagnostic Manual), artificio elaborado por algunos de los más reconocidos representantes de la denominada Psicología del Yo, encumbrado a la clasificación psicodinámica de las diferentes estructuras psíquicas.


  
Referencias

·         Bergeret, J. (1974). La Personalidad Normal y Patológica. México: Gedisa.
·         Cerda, A.; Gaitán, P. & Meyer, M. (2009). Schreber. Los Archivos de la Locura. México: Paradiso Editores y Universidad Iberoamericana.
·         Freud, S. (1911 [1910]). Puntualizaciones Psicoanalíticas sobre un Caso de Paranoia (Dementia Paranoides) descrito Autobiográficamente [Obras Completas. Tomo XII]. Buenos Aires: Amorrortu.
·         Hothersall, D. (2004). Historia de la Psicología. México: McGraw-Hill.
·         Kant, I. (1764). Ensayo sobre las Enfermedades de la Cabeza. Madrid: Mínimo Tránsito.
·         Mannoni, M. (1973). La Educación Imposible. México: Siglo XXI.
·         Roudinesco, É. & Plon, M. (1998). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
·         Szasz, Th. (1970). Ideología y Enfermedad Mental. Buenos Aires: Amorrortu.