lunes, 26 de noviembre de 2012

Psiquiatría y Psicosis: Pensando a la "Locura" [Javier J. León]


En su Ensayo sobre las Enfermedades de la Cabeza, Kant (1764), antes que muchos otros pensadores, ya se manifestaba en contra de la institucionalización de las enfermedades mentales y la explotación de juicios – y prejuicios – de valor, producto de un corrupto ethos en que “la razón y la virtud se convierten en consigna general, de tal modo, sin embargo, que el ardor en hablar de ellas puede quizá dispensar a las personas instruidas y bien educadas de la carga de poseerlas” (p. 341). Así pues, y a pesar de imprecar contra lo que en aquella época caía dentro de la categoría de la “locura”, nuestro autor nunca quedó exento de la influencia del discurso médico, situación evidente en la clasificación de las lacras de la cabeza (Kant, 1764) que reproducimos a continuación:

1.    Demencia: Trastrueque de los conceptos de la experiencia pero permanencia relativamente estable del correcto juicio (alucinaciones, hipocondría, melancolía, fanatismo);
2.    Delirio: Perturbación de la facultad de enjuiciar, ante todo, la experiencia misma (soberbia, paranoia) y
3.    Alienación: Trastorno de la razón en lo tocante a los juicios más universales (vesania, desatino, frenesí) 1.

Si bien esta no fue la primera clasificación de lo que actualmente conocemos por psicosis, no podemos confundir las intenciones del filósofo al formular una nosología de la “locura” con el nihilismo terapéutico al que tantas veces aluden Roudinesco y Plon (1998) en referencia al saber psiquiátrico, cuyo único interés parece ser clasificar, más que escuchar. La finalidad de Kant era, principalmente, la denuncia en relación a que el mote de loco estuviera – y siga estando – destinado únicamente a aquellos cuyo poder adquisitivo no les mereciera el título de excéntricos 2, postura ampliada y retomada por los principales representantes de la antipsiquiatría 3, entre los que, indirectamente hablando, podríamos considerar a Maud y a Octav Mannoni, pareja de psicoanalistas franceses quienes repensaron la teoría desde Lacan y otros autores, proponiendo un original “sistema” independiente de cualquier tipo de poder administrativo, cuyo fin sería el de promover “una escena que permita una libertad de expresión y de acción, al margen de las convenciones y prohibiciones sociales” (Mannoni, 1973: 67), la Institución Estallada 4. Esto, en el aquel entonces centro de antipsiquiatría ubicado en Bonneuil-sur-Marne.
En La Educación Imposible, Mannoni (1973) se cuestiona sobre los factores que influyeron en la enfermedad de Daniel Paul Schreber – caso clínico que Freud (1911 [1910]) hiciera célebre durante los albores del psicoanálisis –, concluyendo que, la exaltación del padre real – dicho esto en términos predominantemente lacanianos – bloqueó toda posibilidad de inscripción por parte de la madre en la educación del referido. Así pues, el delirio redentor y fantasías de mudanza en una fémina, hallan su raíz en la incapacidad del padre – Daniel Gottlieb Moritz Schreber – y su sustituto – el Dr. Paul Emil Flechsig – de reconocer a Schreber en un nivel más allá de lo real, por lo que éste busca su reconstrucción en el plano de lo imaginario, lo anterior, a fin de hallar eso que desde la infancia le fue negado, su autenticidad simbólica (Mannoni, 1973). No es motivo de este ensayo el abundar en datos concernientes a este caso o a la forma en que Mannoni participó de la rehabilitación de adolescentes graves; exclusivamente nos avocaremos a una breve historización del camino que han seguido el psicoanálisis, la psiquiatría y las diferentes concepciones que a la fecha existen sobre la “locura”.
Phillipe Pinel, contemporáneo de Kant, fue pionero en la revolución del pensamiento médico en cuanto a la comprensión de los pacientes graves se refiere. Inspirado por la obra de Joseph Daquin, quien afirmaba que “Los dementes no eran animales depravados, sino personas enfermas que necesitaban tratamiento” (Hothersall, 2004: 263), planteó la imperativa necesidad de conferirle humanidad a todo aquel que “enloqueciera” antes de la vejez, no apaleándolos y ridiculizándolos como era costumbre, sino dándoles la simpatía y orientación que todo hombre merece. Este fue un primer paso adelante en la eliminación de la superchería del saber psiquiátrico, que realmente creía en sus métodos “terapéuticos” para el tratamiento del delirio y otras manifestaciones de desorganización mental 5. Así pues, pugnó por suprimir cualquier tipo de restricción o crueldad física – cadenas, confinamiento, violaciones, etc. – en el Manicomio de Bicêtre, París, del cual fuera nombrado Director en 1793 (Hothersall, 2004), con excelentes resultados en cuanto a la “readaptación” de muchos ex-internos 6. Dicho éxito le valió el mismo nombramiento, esta vez en la célebre Salpêtrière, asilo de mujeres “trastornadas”, mismas que eran abusadas por los guardias y, en algunas ocasiones, por los visitantes, antes de la llegada de este médico (Hothersall, 2004).
A pesar del gran avance que Pinel – y algunos otros reformistas que le sucedieron 7– representó para la historia de la psiquiatría, su modelo aún estaba basado en lo que Maud Mannoni (1973) denomina coerción camuflada (p. 29), situación que, indefectiblemente, le impidió lograr algún avance real con el llamado Niño de Aveyron sino hasta llegados la señora Guérin y uno de los asistentes de Pinel, Jean Marc Gaspard Itard (Hothersall, 2004), entre quienes, la primera, fue la única que supo escuchar el síntoma del infante, permitiéndole contar para alguien más “sin haber tenido por ello que eclipsarse como sujeto” (Mannoni, 1973: 71).
La idea de un tratamiento individual nació con el trabajo de Franz Mesmer, considerado el primer psicoterapeuta y fundador del mesmerismo, posteriormente llamado hipnotismo (Goldman, 1995). Es en este momento que aparece en escena Emil Kraepelin, conocido por su aportación a la moderna clasificación de las psicosis, entre las que distinguía “la paranoia, la demencia precoz y la ‘locura’ maníaco-depresiva, heredera de la antigua melancolía, que se convertiría en la psicosis maníaco-depresiva” (Roudinesco & Plon, 1998: 273), caracterizada por desequilibrio anímico, consistente en variaciones oscilantes entre la manía y la depresión (Roudinesco & Plon, 1998) 8. Así pues, la demencia precoz 9 está íntimamente relacionada con lo que hoy se entiende por esquizofrenia 10. Cabe resaltar que dicho término fue motivo de debate pues algunos de los síntomas que la caracterizaban también aparecían, ora en la histeria, ora en la melancolía, lo que llevó a la denominación histeria crepuscular por parte del psiquiatra Sigbert Ganser (Roudinesco & Plon, 1998).
Siguiendo la terminología de Kraepelin, Freud se refería a las psicosis “como un trastorno entre el yo y el mundo externo” (Roudinesco & Plon: 869), en el que la paranoia se erigía como el modelo prototípico de esta desorganización. Así, toda psicosis implicaba una catectización exclusivamente narcisista en la que la realidad es constantemente reconstruida en forma de alucinaciones y delirios, y en la que el Edipo y la otredad no juegan un papel preponderante. En suma, agrega “que el carácter paranoico reside en que para defenderse de una fantasía de deseo homosexual se reacciona, precisamente, con un delirio de persecución de esa clase” (Freud, 1911 [1910]: 55) 11. En este punto, empieza a elaborarse la distinción estructural entre neurosis, perversión y psicosis, donde el psicoanálisis originario, paradójicamente, rompe con toda pretensión nosográfica pues, como señalara Bergeret hace unas décadas (1974), hasta la más psicótica de las psicosis puede – y de hecho, lo hace – presentar algunos mecanismos y rasgos que en algún momento fueran considerados exclusivos de las estructuras neuróticas. El sueño mismo es un ejemplo de que “El hombre más normal se vuelve psicótico durante la noche” (Ferenczi, 1926 citado en Roudinesco & Plon, 1998: 870).
Tristemente, y con la reformulación constante del Manual de Enfermedades Mentales (DSM) 12, psiquiatría, psicología y psicoanálisis cada vez se deshumanizan más, poniendo en entredicho toda posibilidad de cambio u homeostasis sin la mediación de fármacos o “píldoras de la felicidad” (Roudinesco & Plon, 1998), reduciendo la escucha a un sinsentido que no hace sino retrasar nuestros horarios. Thomas Szasz (1970) afirma que si Dios y el Diablo eran categorías imperativas dentro de la ideología medieval, la noción de Enfermedad y Salud Mental las ha sustituido en una era en que la industria farmacéutica domina sobre las instituciones dedicadas a “salvaguardar” la integridad física y mental de todo individuo. Si bien ciertas enfermedades como la esclerosis múltiple o el Parkinson requieren de medicación en aras de prolongar y mejorar, en la medida de lo posible, la calidad de vida del sujeto, no podemos pretender que toda desorganización pueda, o deba tratarse vía farmacológica.
Considero este breviario un aliciente al clínico de hoy para pensar lejos de preconstructos que, más que historizar y promover motilidad mental, escotomizan el mirar, convirtiéndonos en marionetas frías, ciegas, sordas e insensibles al dolor de aquellos que a nosotros acuden con el fin de que alguien los escuche para, con el paso del tiempo, elaborar la conflictiva que, en primera instancia, los llevo a buscar pensarse.



Notas

1 En esta categoría, entrarían el espectro autista y algunos subtipos de esquizofrenia.
2 Incluso acepta la coexistencia del genio con algunas de estas manifestaciones que hoy tendemos a tildar de patológicas.
3 Entre quienes destacan su fundador David Cooper, Ronald Laing, Franco Basaglia, Thomas Szasz, Gregory Bateson y, a pesar de no ser declaradamente parte del movimiento, Michel Foucault, Félix Guattari y Gilles Deleuze.
4 La Institución Estallada permite una apertura fuera de la reclusión hospitalaria: “Mediante la oscilación de un lugar a otro, puede surgir un sujeto que se pregunte por lo que quiere” (Mannoni, 1973: 72). Véase también El Psiquiatra, su “Loco” y el Psicoanálisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 1970, en donde se presentó por vez primera este modelo.
5 Sangrías, vomitivas, hidroterapia, electroterapia, la cura del molinete, etc. Cada una de estas “curas” obedecía a una ley de causa-efecto limitada a silogismos y aducciones sinsentido que, incluso a principios del siglo XX, aún eran patentes en algunas partes del mundo. Por ejemplo, sabemos, gracias a un artículo de William Niederland dedicado a la relación de Schreber con su médico (1968, citado en Mannoni, 1973), que Flechsig hablaba de los “beneficios” de la castración como tratamiento de la enfermedad mental.
6 Hothersall (2004) refiere que, 8 años antes, Vincenzio Chiarugi realizó lo mismo con el fin de construir una gestión humanitaria en los asilos italianos, sin embargo, dicha iniciativa no fue documentada con la amplitud necesaria (p. 264).
7 William Tuke, Johann Guggenbühl, Dorothea Lynde Dix, Franz Mesmer, etc.
8 Dicha entidad fue descrita anteriormente por Thomas Willis y Jean-Pierre Falret quien, en 1852, le confiriera el nombre de “locura” circular (Roudinesco & Plon, 1998).
9 Bénédict-Augustin Morel describió y bautizó esta forma de “locura” por primera vez entre 1850 y 1860 (Roudinesco & Plon, 1998).
10 Término acuñado por Eugen Bleuler en 1911, haciendo referencia a la escisión (schizein) del pensamiento (phrenos) característica de dicho espectro, análoga a la incoherencia del afecto “y la acción, un repliegue sobre sí mismo (o autismo) y una actividad delirante” (Roudinesco & Plon: 272).
11 En este sentido, Héctor Escobar (en Cerda, Gaitán & Meyer, 2009) refuta la existencia de una relación universal entre homosexualidad y paranoia ya que, por definición, no puede haber una elección de objeto y una sexuación sin haber pasado por el orden fálico-edípico característico de la neurosis y otras estructuras menos arcaicas que la psicosis.
12 Agregaría como elemento de este mismo síntoma la aparición del PDM (Psychodynamic Diagnostic Manual), artificio elaborado por algunos de los más reconocidos representantes de la denominada Psicología del Yo, encumbrado a la clasificación psicodinámica de las diferentes estructuras psíquicas.


  
Referencias

·         Bergeret, J. (1974). La Personalidad Normal y Patológica. México: Gedisa.
·         Cerda, A.; Gaitán, P. & Meyer, M. (2009). Schreber. Los Archivos de la Locura. México: Paradiso Editores y Universidad Iberoamericana.
·         Freud, S. (1911 [1910]). Puntualizaciones Psicoanalíticas sobre un Caso de Paranoia (Dementia Paranoides) descrito Autobiográficamente [Obras Completas. Tomo XII]. Buenos Aires: Amorrortu.
·         Hothersall, D. (2004). Historia de la Psicología. México: McGraw-Hill.
·         Kant, I. (1764). Ensayo sobre las Enfermedades de la Cabeza. Madrid: Mínimo Tránsito.
·         Mannoni, M. (1973). La Educación Imposible. México: Siglo XXI.
·         Roudinesco, É. & Plon, M. (1998). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
·         Szasz, Th. (1970). Ideología y Enfermedad Mental. Buenos Aires: Amorrortu.

jueves, 25 de octubre de 2012

El Pesimismo de Freud [Philippe Sollers]



Las fechas o los lugares son a menudo señales deslumbrantes o negras ¿Dónde se encuentra Freud, por ejemplo, durante el verano de 1929, mientras escribe El malestar en la cultura? A dos pasos de Berchtesgaden, la futura guarida de Hitler ¿Cuándo aparece el libro? En noviembre del mismo año, una semana después del “martes negro” de Wall Street. Un año más tarde, en septiembre de 1930, los nazis entran por la fuerza al Reichstag (que justo viene de cumplir, por esos días, su lustro democrático). En 1936, en Berlín, se queman, entre otros, los libros “impuros” de Freud. En 1939, el viejo luchador, obligado a dejar Viena por los bárbaros, muere en Londres, “la ciudad que nunca fue visitada por un enemigo”. Al año siguiente cae París.
La historia del psicoanálisis, como la de su fundador, es paralela a la tragedia mundial, esta revela, mejor que cualquier otra, los intentos totalitarios del siglo XX. Hoy en día hacemos como si el psicoanálisis fuera evidente (dejando de lado a algunos irreductibles oscurantistas), pero olvidamos alegremente las violentas resistencias que lo tuvieron como objeto, las cuales, además, pueden resurgir de un momento a otro. Algo no funciona entre la especie humana y la representación que ésta se hace de sí misma. Freud trae una muy mala noticia, y no hay que sorprenderse si la propaganda eufórica, sea cual fuere, encuentra esta luz repentina demasiado dura, demasiado negativa, obscena, desesperanzadora, en una palabra nihilista. Casi todo el mundo se le opone: por supuesto las religiones, que rápidamente han reconocido en Freud a un enemigo irreductible, pero también sus  sucedáneos, delirios de masas militarizadas, racistas o revolucionarias. La ilusión tiene un gran porvenir, dice Freud. Y una ilusión expulsa a la otra: “Los hombres ahora han llegado tan lejos en el dominio de las fuerzas de la naturaleza que con la ayuda de estas les es fácil exterminarse los unos a los otros hasta el último. Lo saben, de allí una buena parte de su inquietud presente, de su desdicha, de su fondo de angustia. Y ahora habrá que esperar que la otra de las dos “potencias celestes”, el Eros eterno, haga un esfuerzo para afirmarse en el combate contra su adversario igualmente inmortal. Pero ¿quién puede presumir una salida exitosa?” Tal es la conclusión del Malestar. La última frase es conmovedora: data de 1930, para la segunda edición del libro. Como la vemos, está cargada de premoniciones.
¿Malestar? La palabra hoy nos parece débil respecto de aquello que tuvo lugar, y de lo cual Freud no pudo ser testigo. El adversario inmortal de Eros no es otro que la pulsión de muerte sobre la que Freud, ya sacrílego con su revelación de la sexualidad infantil, tiene la más grande dificultad de convencer a sus discípulos o alumnos. Esta pulsión trabaja silenciosamente, apunta sin cesar a destruir al otro y a sí mismo, en una necesidad inextinguible, de agresión y autocastigo. Esta está apuntalada por la megalomanía del yo narcisista del lactante “desayudado”, guarda el rastro del asesinato original del padre por los hijos que es el fundamento de toda sociedad humana. Desde entonces, denegación general. La cultura es por cierto, a partir de allí, una necesidad, un combate vital, y no podemos más que felicitarnos, pero engendra al mismo tiempo, en su rechazo a saber de donde ella proviene, una angustia y una culpabilidad sordas que, de vez en cuando, estallan en la violencia. La cultura que apunta a la utilidad, a la limpieza, al orden, debe proceder por inhibición de la individualidad demasiado marcada y la restricción sexual. En estas condiciones, el amor, contrariamente a lo que dicen los torrentes de almíbar religiosos o militantes, no puede ser más que raro, y los preceptos “ama a tu prójimo como a ti mismo”, o “ama a tus enemigos” dan el efecto de votos alucinatorios. La educación, dice Freud, no disimula solamente la cuestión sexual, además “no prepara al adolescente para la agresión a la cual está destinado a convertirse en su objeto”. Insiste: “Dejando a la juventud en la vida con una orientación psicológica tan inexacta, la educación no se comporta de otra manera más que si equipáramos a personas que parten a una expedición polar con ropas de verano y mapas de los lagos lombardos”. Dios es una ilusión, la esperanza comunista no tiene ninguna consistencia, el “narcisismo de las pequeñas diferencias” propaga sin cesar un racismo inquebrantable (todos los días vemos sus efectos), la xenofobia y el antisemitismo tienen hermosos días frente a ellos, y en cuanto a la civilización americana, esta está fundada desgraciadamente sobre “la miseria psicológica de la masa”. Resumamos: la agresividad es incurable, el hombre es el lobo del hombre (como lo prueban “las atrocidades de la migración de los pueblos”), los socialistas desconocen la naturaleza humana, y todo el mundo miente, salvo tal vez los poetas (Schiller, Goethe, Heine):

¡Qué se regocije,
aquél que respira en lo alto dentro de la luz rosa!
Porque debajo, está el espanto.
Y el hombre no debe tentar a los dioses
Ni nunca, en el jamás de los jamases, desear ver
Aquello que estos buscan cubrir de noche y de terror.

Estos versos de Schiller, citados por Freud en 1929 están extraídos de una balada de 1797, El Buzo. Sabemos, nosotros, que el espanto llegó, y que solamente la verdadera verdad podría protegernos. Nada que hacer. La humanidad es una neurosis. He aquí lo que no es amable de parte del volteriano Freud. “Me inclino frente al reproche de ellos por no estar en condiciones de llevarles consuelo, ya que es aquello lo que en el fondo todos reclaman, los más salvajes revolucionarios no menos apasionadamente que los más bravos y piadosos creyentes”.

viernes, 17 de agosto de 2012

De la Ignorancia del Tiempo al Asesinato del Tiempo, y del Asesinato del Tiempo al Desconocimiento de la Temporalidad en Psicoanálisis [André Green]



Transcripción de una Conferencia impartida por el Dr. André Green en la APM

Señoras, señores, queridos colegas. Permítanme primero decirles el placer de encontrarme con ustedes aquí el día de hoy, y mi gratitud por las muestras simbólicas con las cuales ustedes han tenido a bien honrarme. En efecto, se puede decir que las relaciones entre Francia y México no están muy desarrolladas, por razones, sin duda, de distancia geográfica. Pero el psicoanálisis es uno, y los problemas que voy a abordar hoy, de los cuales les diré el título en un instante, me parece que ustedes los encuentran de la misma manera que en Europa, y desde ahora me llama mucho la atención ver que durante las presentaciones de material clínico, no me parece en lo personal que la discusión tome un giro muy diferente del que tendría en París, por ejemplo.

Elegí hablarles hoy, con un título un poco largo, del problema del tiempo en psicoanálisis; y el título de mi exposición es: De la ignorancia del tiempo al asesinato del tiempo, y del asesinato del tiempo al desconocimiento de la temporalidad en psicoanálisis.

El tiempo no ha ocasionado tantas reflexiones como el espacio psicoanalítico en estos últimos años. Hubo creaciones enriquecedoras, como la noción de espacio analítico que debemos a Viderman; aquella, más antigua aún, de espacio transicional que Winnicott inventó. En cuanto al problema del tiempo, uno tiene la impresión de que la comunidad psicoanalítica ha adoptado una conducta de evitación. Freud, para empezar por él, desarrolló sus ideas acerca del tiempo de manera fragmentaria, sin proceder a una sistematización, y a medida que sus ideas se le imponían a partir de la reflexión o de la experiencia. El inconveniente es que nunca presentó una síntesis de sus concepciones acerca del tiempo, y estoy bien convencido de que aquí como en otro lugar, si uno pidiera a alguien hablar del problema del tiempo en psicoanálisis, pues pienso que estaría bastante confuso. Freud nos dejó, pues, una suerte de mosaico de mecanismos temporales sin edificación conceptual. Después de él, a partir de su muerte, aprovechándose justamente de ese estado de dispersión de la teoría, los analistas prefirieron darle la vuelta a la dificultad al no pronunciarse sobre la unidad que había que extraer de sus diversas concepciones. Una tendencia a la vuelta hacia atrás se manifestó incluso, en un enfoque que llamaría [...] y que hizo que el pensamiento psicoanalítico regresara a un estadio prepsicoanalítico. En una inspiración reciente, uno puede constatar que el enfoque genético, que en Freud no era más que un aspecto de los problemas de la temporalidad, se impuso progresivamente como el único válido, descartando todo lo que lo estorbaba en su camino, todas las novedades que Freud había tardado tanto tiempo en elaborar. En resumen, el enfoque genético quiso eclipsar todo lo que competía a la teorización de conjunto.

Pienso que lo que acabo de decir se aplica sobre todo al psicoanálisis norteamericano. Hay que partir del punto de vista de que el psicoanálisis es un método fundamentalmente histórico, puesto que a través de él se examinan las consecuencias de una evolución fijada o desviada del desarrollo, que hizo que en ciertas etapas lo que sucedió no pudo ser integrado y sufrió múltiples destinos que nos remiten a la idea que cada uno de nosotros se hace de los nexos entre la historia personal, sus estancamientos, la manera como se inscriben las etapas decisivas de la evolución de su desarrollo y de su incapacidad para resolver conflictos que sobrevinieron, así como su posible retorno bajo formas que deben ser descifradas para entender sus nexos con experiencias del pasado que no pudieron integrarlos. Todo esto tiene lugar en el tratamiento y no deja de tener nexos con las vicisitudes, éxitos, fracasos, que son su conclusión. La tensión se movilizó recientemente contra los gajes del tratamiento, las incertidumbres e incluso los obstáculos que dificultaban la cura, que Freud ya había abordado en 1937. Pero se descuidó justamente el fondo común de esos problemas, a saber su relación con la temporalidad. Se podría decir, y se dijo, que la fuente de inspiración principal del pensamiento psicoanalítico es la sesión. Pero cuando se miran las cosas de más cerca, pues, se ven numerosos ejemplos sacados de la obra de Freud que muestran que la sesión no tiene la exclusividad de las manifestaciones que dan testimonio de la organización de los efectos del inconsciente respecto al tiempo.

Citemos nada más al pasar el análisis de ciertas obras culturales como Hamlet o Moisés, u otros escritos freudianos que les son familiares como Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis. Bien. A primera vista, la represión aparece como el principal mecanismo responsable de una perturbación de la memoria que prefirió arrojar en el olvido lo que recobró con displacer. Pero no es un [...] pasivo; fragmentos que forman parte de las asociaciones del sueño, cooptándose y yuxtaponiéndose por afinidad, dan testimonio de un trabajo del inconsciente conforme a lo que Freud llamó “la atracción por lo reprimido preexistente”.

En resumen, el pasado no se apila, sino que se reorganiza y es atraído por ciertos contenidos que le interesan particularmente. El caso del sueño es muy ilustrativo, pero primero hay que recordar que el sueño se produce fuera de la conciencia del soñador, y por lo tanto por definición fuera de sesión, pero que necesita el trabajo en sesión para ser interpretado. Para Freud el sueño es una forma de memoria que sobrevivió a la represión gracias a disfraces que hacen que su nexo con el pasado no sea inmediatamente identificable. Otros ejemplos también vienen a la mente cuando uno piensa en este problema; más que cualquier otro la transferencia, cuyo nexo con el pasado, o con fragmentos del pasado es claro y, de la misma manera, como bien lo vemos, la transferencia desborda el marco de la sesión. Todo esto parte de un punto de vista que fue el de Freud durante mucho tiempo y que sostenía que lo esencial del psicoanálisis era la rememoración de la infancia. Se apegó a esta idea hasta muy tardíamente, pero en 1937 debió reconocer que el levantamiento de la amnesia infantil no siempre era posible, y por lo tanto que había que sustituir la idea de la rememoración por otra, más abierta, que permitiera zanjar esos inconvenientes. A partir del momento en que la represión fue identificada por Freud, toda manifestación psíquica reconocida como perteneciente al retorno de lo reprimido tiene necesariamente que ver con el pasado en los nexos que deja entrever entre lo que resurge de aquello a lo cual debió ser anteriormente negada la conciencia y que fue alejado de ella, y lo que demanda ahora ser escuchado a pesar de los intentos de silenciarlo. Pero hay una censura, y para pasar esta censura, pues, el contenido reprimido deberá sufrir disfrazamientos, con el fin de que la forma como se va a presentar a la conciencia no permita reconocerlo. Las modificaciones del preconciente, por ejemplo, harán necesario un verdadero trabajo para reconocer, es decir que no siempre estamos en la esfera del recuerdo. Pero ya que abordamos la cuestión del recuerdo, el ejemplo por mucho más interesante abordado por Freud al principio de su obra es el recuerdo encubridor. Este recuerdo encubridor aparece como un collage, una aglomeración de fragmentos de recuerdos que pertenecen a épocas diferentes del pasado, y Freud incluso llegó hasta decir que en el recuerdo encubridor se encuentra reunido todo lo esencial de la vida psíquica infantil. Y por cierto, la represión no sólo afecta al núcleo del recuerdo, sino a muchos contenidos que lo acompañan y que hacen que el conjunto se presente bajo una forma que ya no es muy identificable. En otras palabras, lo esencial es reconocer que en el seno del recuerdo encubridor hay un trabajo psíquico sobre el cual Freud insiste desde el principio y que designa: conflicto, represión, sustitución con formación de compromiso. Es decir que se ve que el desplazamiento jugó un papel considerable, y que una vez que este desplazamiento ha operado habrá, de cierta manera, que volver a coser los contenidos desplazados.

A veces las cosas aparecen bajo una forma más misteriosa, por ejemplo recuerdos rememorados que datan del período postpuberal, es decir donde la expresión de la sexualidad es clara, y bien, estos recuerdos se avecinan con recuerdos anteriores en los cuales la sexualidad infantil no era tan importante. Entonces no es sólo, nos dice Freud, la inocencia de los recuerdos prepuberales que permite, aquí, su [...] sino que justamente es la proximidad de estos recuerdos presexuales – sexuales/presexuales, como dice Freud – con los recuerdos francamente sexuales postpuberales, es este nexo el que se vuelve significativo. Esto es tanto como decir que la presencia de la imagen mnémica – la del recuerdo – no es un elemento suficiente para identificar la representación inconsciente y para reconocer el elemento significativo a veces construido después del relato de eventos antiguos por el entorno – la madre dice que..., la nodriza dice que..., el padre puede decir que... – y todo esto forma parte del trabajo de elaboración que va a modificar el contenido bruto del recuerdo. La regla es general, hay una falsificación de los recuerdos que prohíbe el acceso de la impresión originaria que estuvo en la conciencia a través de la resistencia, y esto sirve a la represión que domina la experiencia y ayuda a la substitución de impresiones chocantes y desagradables por otras, más inocentes. Pues bien, desde aquel momento, y estamos al principio del psicoanálisis, Freud entiende que hay varias temporalidades. Hay una temporalidad que nos es familiar, la de la sexualidad infantil, pues obedece a un modo de evolución que es de tipo biológico, aun cuando se le reconocen particularidades sobre la sucesión de las capas del alma, dice Freud, que hacen que no sea una temporalidad clara, porque los períodos se superponen.

Pero justamente, esta base evolutiva ya modificada por la experiencia es lo que va a marcar las fijaciones y, más tarde, las regresiones que tenderán a regresar a los puntos de fijación. En el curso de toda esta evolución, los recuerdos buscan ser utilizados para intentar explicar lo que los adultos siempre quieren ocultar. Entonces allí, por ejemplo, los recuerdos van a revestirse con teorías sexuales infantiles que no competen al recuerdo sino a las construcciones de la psique y van a, diría, complicar la cuestión del recuerdo pero aclarando el mecanismo del funcionamiento psíquico del individuo. Dicho de otra manera, si el recuerdo es falsificado el psiquismo es, al parecer, más fácilmente identificable. De cualquier manera deberíamos recordar esta expresión de Freud: conciencia y memoria se excluyen. En todas partes, todo aquello sobre lo cual se apoya uno y que es recordable, pues bien, es marginal respecto a la conciencia. Pero la característica más notable, sobre la cual Freud insistirá durante un largo período, es la ausencia de desgaste del pasado en las manifestaciones que se pueden relacionar con el inconsciente. Entonces dirá: el inconsciente ignora el tiempo, lo que compete a recuerdos inconscientes no parece haber sufrido la alteración por el tiempo, como cuando uno busca acordarse de algo, uno confunde con un fenómeno que se le parece o que sucedió aproximadamente en el mismo momento, uno deforma, y por lo tanto uno ve que hay un desgaste, una alteración de los recuerdos por el tiempo. En lo que compete al inconsciente es lo contrario que ocurre, y nos encontramos ante una frescura muy particular; por ejemplo en tal sueño va a aparecer tal personaje: “¡Ah, sí! Me acuerdo, llevaba su vestido preferido, estaba así o asado.” Ahora bien, es bastante probable que si se le preguntara al sujeto “¿Cuál es el vestido preferido de su madre?”, estaría en apuros para decirlo.

La segunda característica en hacernos reflexionar es lo que Freud escribió en Schreber acerca de la alucinación; escribe, y es una observación que ha sido poco resaltada, escribe una primera vez, con el correr de la pluma: lo que se supone que suprime por dentro – represión – viene del afuera en la alucinación. Y luego, se corrige a sí mismo; dice: Lo que acabo de decir no es cierto; hay que decir más bien: “lo que fue abolido adentro vuelve desde el afuera”.2 Por lo tanto, Freud hace una distinción muy clara entre la supresión de la represión y la abolición que acompaña a un nuevo mecanismo que va a describir ahora y que se llama la Verwerfung, que Lacan tradujo por forclusión; otros prefieren hoy traducirlo por desestimación radical; lo que es importante es entender lo que distingue estos mecanismos, a saber que la represión se apoya en estructuras simbólicas intactas, mientras que con la forclusión, con ese mecanismo de abolición por dentro, las estructuras simbólicas ya no están intactas. Hay como blancos, hoyos en la psique que no permiten relacionar el fenómeno alucinatorio y sus correspondientes psíquicos como se haría para el caso de la represión a través de una amnesia cualquier. Este adelanto fue considerable, y Lacan tuvo toda la razón en subrayarlo, porque nos introdujo a la necesidad de tomar en consideración los mecanismos de integración simbólica y cómo en la psicosis – la alucinación – esos mecanismos de integración simbólica están dañados, es decir que el pensamiento no puede funcionar. Es por eso que por mucho tiempo, quien dice alucinación dice, no únicamente pero también, psicosis y quien dice psicosis quería decir, también para Freud, [...]. Al irse un poco más adelante, Schreber dixit, y el escrito del que voy a hablar ahora es de 1927, Freud descubre todavía una nueva forma de rememoración que está presente en la desmentida del fetichismo, la Verleugnung. Entonces la característica de esta desmentida respecto a la represión es que la represión dice: “¡No!... ¡Ah!, sí, recuerdo cosas, pues sí tal vez”. La forclusión dice “no” y es: “No, y no veo nada que se relacione con lo que está apareciendo ahora”.

La tercera desmentida dice “sí” y “no” a la vez. Es lo que Freud describe para el clivaje, que se divide en dos juicios, un primer juicio que dice: “Pues sí, claro, las mujeres no tienen pene.” Pero junto a este reconocimiento está la desmentida, que consiste en decir: “No, me es imposible admitir que las mujeres no tengan pene”; lo cual no se manifiesta en esta forma cruda sino bajo una forma disfrazada y activa. Es por eso que el paciente fetichista elige un accesorio. Entonces vemos aquí una sucesión de mecanismos descritos por Freud: represión, forclusión, desmentida, y finalmente, aproximadamente en la misma época también, la negación, a la cual Freud da un alcance mucho más grande que la tradición filosófica; porque a través de la negación Freud logra relacionar lo que él llama equivalentes intelectuales de la represión, pero también el funcionamiento de las mociones pulsionales orales más antiguas, a saber cómo la afirmación se relaciona con los procesos del deseo de incorporación, de acoger dentro de sí, el objeto deseable, o al contrario, los mecanismos de denegación que Freud relaciona con los mecanismos de rechazo fuera de sí. Por lo tanto, ustedes ven que la cuestión de la memoria es absolutamente inseparable de la cuestión de lo que hace el juicio con lo que es rememorado. El juicio no es pasivo: o bien apoya lo que es rememorado, es decir que busca acogerlo una vez más dentro de sí, o bien no quiere saber nada de él: “Pues no, pues no, no es posible, no puedo recordar cosas parecidas, esto no tiene fundamento.” Entonces, el rechazo es categórico. Asimismo, Freud se da perfectamente cuenta desde el análisis del Hombre de los Lobos de que la fantasía no lo explica todo y que si se admite la importancia de las fantasías, pues se necesita una función particular que Freud atribuye a las fantasías originarias y que tendría por meta ayudar a clasificar las experiencias [...]; en efecto es una cuestión importante, porque si hoy en día hay muchos autores que rechazan la noción de fantasía originaria, queda en pie la cuestión de cómo las fantasías que están repartidas al azar en los individuos, en donde algunas prevalecen más que otras, cómo llegan a constituirse en coherencias inconscientes. Esto es lo que Lacan buscó llamar significante clave. Pero a partir de cierto momento, diría más particularmente después del análisis del Hombre de los Lobos, Freud describirá un nuevo mecanismo, y este nuevo mecanismo es la compulsión de repetición. Y al mismo tiempo que descubre esto, descubre que la repetición obstaculiza la rememoración, y que la repetición tiende a hacer sufrir a los contenidos mentales un destino particular cuyo efecto es que la rememoración es remplazada por el actuar. Esto fue en 1914, pero habrá que esperar seis años todavía para que, en Más allá del principio de placer, Freud reconozca el papel de la repetición/actuar y la inserte en un marco especulativo más amplio, el de la pulsión de muerte; el de la pulsión de muerte porque el actuar no quiere realmente una integración de lo que fue reprimido, el actuar busca evacuar lo que fue reprimido, y por consiguiente ya no se trata únicamente de esta frescura del inconsciente que hace que los recuerdos regresen sin alteración y en un estado, diría, de inalterabilidad que llama la atención del que lo vive; con la compulsión de repetición estamos lidiando con una desmentida temporal y con lo que propuse llamar “un asesinato del tiempo”. Es decir que el paciente en ese momento emplea toda su energía en negar la acción del tiempo, pues si la repetición vuelve incesantemente sobre los mismos aspectos, de hecho cuando uno interroga bien a esos pacientes, esos pacientes muestran que tienen la ilusión de parar el tiempo, de hacer que el tiempo no exista más, que el tiempo no los obligue a cambiar, a tomar en cuenta su edad, que el tiempo no pueda nada por ejemplo contra el hecho de que para esa gente sus hijos, que ahora son adultos y muchas veces padres a su vez, siguen siendo niños para ellos. Entonces uno constata aquí que hay una especie de recusación por Freud de su antigua concepción del inconsciente; sé que puede chocar mucho a la gente cuando afirmo cosas como éstas, pero no soy yo quien lo dice, es él. Y ¿por qué esa recusación? Porque precisamente, Freud llega a decir: no puede haber una primera forma, una segunda forma, una tercera forma de inconsciente, esto no tiene sentido, hay que encontrar otra cosa. Y lo que él encuentra es que el elemento primordial y fundamental de la psique ya no es la representación inconsciente, sino lo que él llama compulsión de repetición Es decir que Freud plantea una hipótesis, a saber que la elaboración de la función representativa en la cual creía hasta entonces tenía la virtud de relacionar el recuerdo con representaciones inconscientes: entre recuerdo y representación inconsciente había una comunicación a causa del parentesco entre los contenidos y los mecanismos que se estaban usando.

Tomen por ejemplo un caso que les parecerá evidente en el psicoanálisis de hoy: la transferencia. Pues bien, hoy ya no se trata de asentar una interpretación de transferencia sólo sobre su nexo con el pasado; es decir que uno da la interpretación de la transferencia tal cual aun cuando uno trae en la cabeza la inferencia de que el pasado está involucrado en ella, pero ya no se justifica de esa manera, puesto que hubo cierta cantidad de desengaños que portaron sobre recuerdos falsos en los cuales el analista creyó, controversias acerca de la existencia o no de la escena primitiva, y cosas del mismo orden.

Entonces ¿qué concluir de este panorama que acabo de pintar para ustedes? Y bien, hay que concluir antes que nada sobre la naturaleza heterogénea del psiquismo; es decir que el psiquismo utiliza modalidades de temporalidades diferentes según, justamente, si esas temporalidades se relacionan con las representaciones inconscientes o con la compulsión de repetición que es mucho más rígida, mucho más difícilmente modificable, y que se contenta con repetir y repetir siempre; ¿con qué propósito? Con el propósito de evacuar la frustración. Es lo que Bion nos enseñó; Bion nos enseñó que el gran dilema para la psique era evacuar la frustración o elaborarla. Entonces claro que hay formas del psiquismo, como la fantasía, que pueden atravesar los tres tiempos – el pasado, el presente, el futuro – o Freud dirá que están como ensartados en el cordón del deseo. Pero si bien esto es cierto, uno ve también que esta formulación es anterior al descubrimiento de la compulsión de repetición. En compulsión está pulsión, y esto justamente es lo que nos obliga a diferenciar; es decir que si la repetición es un fenómeno banal en psicoanálisis, la compulsión es una “obligación de”, como si le subyaciera un mecanismo pulsional, y por cierto, uno puede preguntarse si el material pulsional bruto es apto para una elaboración cualquier. Es lo que Freud nos dice cuando describe el aparato psíquico y cuando describe el ello: son mociones pulsionales que buscan la descarga, y sanseacabó. Ninguna dimensión de representación puede serle asociada, y es lo que marca la gran diferencia entre inconsciente y el ello, a pesar de que uno puede ser llevado a considerar que puesto que las formulaciones son muchas veces similares, está autorizado a superponer ambas entidades.

Bien. Falta abordar todavía un mecanismo extremadamente importante, un mecanismo que está al honor en el psicoanálisis francés, y que a la escuela inglesa le cuesta trabajo entender. Este mecanismo es el après coup: Nachträglichkeit. Pues bien, lo que el après coup nos hace entender, es que cuando cierto contexto memorial es evocado, el recuerdo no se queda fijado, y en ciertas circunstancias, hechos relativos a este recuerdo van a resurgir, que van a enriquecer el recuerdo precedente con aspectos nuevos que no estaban allí en el momento del evento.

La ocasión que encuentra Freud para desarrollar este argumento es justamente la escena primitiva porque busca responder a argumentos como: “¡Ah!, un niño de 18 meses que asiste a una escena primitiva, ¿usted cree que sea posible que pueda tener efectos como éste?” Y Freud tiene una solución más interesante, es decir que considera que efectivamente hubo trauma a la edad de 18 meses, pero que los elementos que van a hacer que ese trauma cuaje son eventos posteriores como la observación de coitos de animales o fenómenos que se encuentran relacionados y que, cuando aparezca el sueño, van a dar una significación al sueño que no está en el suceso. Entonces vemos que tener un buen funcionamiento mnémico no consiste en tener un acervo de recuerdos más importante que otro. No es la presencia de una memoria más grande que da una capacidad más grande al análisis. Tener un buen funcionamiento mnémico es disponer de una especie de acervo memorial flexible, que pueda llegar a enriquecer contenidos existentes, que pueda dar existencia a formas como la de la intemporalidad del inconsciente, y que pueda al mismo tiempo sostener mecanismos como la compulsión de repetición. Entonces es lo que quise decir cuando dije “la ignorancia del tiempo hasta el asesinato del tiempo”. La ignorancia del tiempo es la parte que aparece primero con el nacimiento del psicoanálisis, y el asesinato del tiempo es la compulsión de repetición. Es esta complicación que hizo que los autores del psicoanálisis contemporáneo encontraran las cosas oscuras, inmanejables, y no muy prácticas en el uso teórico. Y volvieron a una concepción genética. Entonces concepción genética, todos los problemas estaban resueltos. ¿Por qué? Porque ustedes van a hacer observación; van a seguir a los bebés desde el momento en que vienen al mundo; van a anotar todo los días lo que se repite y lo que es nuevo, y así, pues, si saben lo que pasó ayer y lo comparan con lo que pasó hoy, entonces pueden entender lo que quizás suceda mañana. Pero desgraciadamente, esta concepción es falsa, precisamente a causa de todos los mecanismos temporales que me tomé el tiempo de describirles.

Entonces me voy a dirigir ahora hacia mi conclusión; se trata de volver a la heterogeneidad del psiquismo, a modalidades diferentes de temporalidad que implican lógicas inconscientes diferentes y que son utilizables de diferentes maneras en el trabajo analítico.

Y si me tomo así el tiempo para intentar explicarles esto, es porque ese asesinato del tiempo del cual hablé termina volviéndose un antitiempo. Son esos pacientes que se rehúsan a que el pasado sea pasado, que se aferran al valor traumático de sus recuerdos y que piensan incluso que tendrían el poder de parar el tiempo. Se lo digo así, pero hay pacientes que me lo dijeron, tal cual se lo estoy diciendo; no es una cosa que estoy inventando, no es una idea que me viene: me lo dijeron. Y por cierto, ello no les ayudó mucho. Entonces vemos aquí que por ejemplo este antitiempo del cual estoy hablando, otros le dieron otro nombre. Estoy pensando en particular en Bion. Cuando Bion presentó sus ideas sobre el factor K – knowledge – , pues bien, hizo algo que no había hecho para las otras dos entidades: describió una K positiva y una K negativa; por lo tanto, un conocimiento positivo y un conocimiento negativo. ¿Qué es el conocimiento negativo? Y bien, el conocimiento negativo es una manifestación de la omnipotencia que logra convencer al sujeto que no saber es aún más poderoso que saber. Este descubrimiento de Bion fue, creo, bien recibido por sus colegas, pero no siempre se lo relacionó con todos los aspectos que puede revestir.

De todas maneras – voy a terminar pronto – de todas maneras, no hay una concepción lineal del tiempo para un psicoanalista. La actividad cotidiana es una actividad bidireccional del tiempo. Aquí, mientras les estoy hablando, ustedes tratan de seguirme al poner en aplicación lo que digo con una concepción progresiva del tiempo. Esta noche, cuando ustedes estén soñando, van a seguir una orientación totalmente diferente, porque al soñar despedazarán ese tiempo lineal y dejarán aparecer el tiempo de la regresión tópica, el tiempo que hace que la lógica del sueño y el trabajo del sueño sean diferentes de los de la vida diurna. Ahora bien, habría cosas que decir acerca de la verdad histórica. Uno se equivoca las más de las veces al hablar de la verdad histórica, porque uno imagina que la verdad histórica es una verdad construida desde el exterior, desde la prehistoria. Esto no es cierto en absoluto, no es lo que Freud quiere decir; la verdad histórica, dice Freud, es la verdad de aquello en lo cual uno creía en el momento en que uno elaboró ciertas concepciones princeps.

Por ejemplo, la idea de que las mujeres tienen pene se apoya en la verdad, pero la verdad histórica del momento, es decir que un niño de la edad de tres años considera esto como cierto, y no como una hipótesis cualquier. Pues bien, éstas son las cosas sobre las cuales quería llamar su atención al abordar este difícil problema del tiempo que, como se lo dije al principio, no dio lugar a muchas elaboraciones por parte de los psicoanalistas, porque los psicoanalistas son como toda la gente, esperan resolver los problemas simplificándose la tarea; esto no existe [risa]; sólo existe en las creencias de los psicoanalistas pero de hecho, nunca es simplificando los problemas psicoanalíticos que se hace avanzar al psicoanálisis . Gracias.

Abril de 2007

Dominio de la Contratransferencia [Sandor Ferenczi]


El psicoanálisis -a quien parece corresponder la tarea de destruir cualquier mística- ha conseguido descubrir la lógica simple y, podría decirse, ingenua a la que obedece la diplomacia médica más compleja. Ha hallado en la transferencia sobre el médico el factor eficiente de toda sugestión médica y ha constatado que en último término esta transferencia no hace más que repetir la relación infantil erótica con los padres, con la madre benevolente o el padre severo, y que depende de la historia o de la predisposición constitucional del paciente el que éste sea sensible a una u otra forma de sugestión.

El psicoanálisis ha descubierto, pues, que los enfermos nerviosos son como los niños y desean ser tratados como tales. Algunas personas médicas dotadas de intuición lo sabían ya antes que nosotros, al menos se comportaban como si lo supieran. Así se explica la fama de algunos médicos de sanatorios, «amables» o «groseros». El psicoanalista, por su parte, no tiene el derecho de ser dulce y complaciente o rudo y grosero según su gusto, esperando que el psiquismo del enfermo se adapte al carácter del médico. Es preciso que sepa dosificar su simpatía e incluso interiormente nunca debe abandonarse a sus afectos, pues el hecho de ser dominado por tales afectos, e incluso por pasiones, constituye un terreno poco favorable a la aceptación y a la asimilación correcta de los datos analíticos. Pero al ser el médico sin embargo un ser humano y como tal susceptible de humores, simpatías, antipatías y también arrebatos impulsivos -sin una tal sensibilidad no sería capaz de comprender las luchas psíquicas del paciente-, está obligado durante todo el proceso del análisis a realizar una doble función: por una parte debe observar al paciente, examinar sus dichos y construir su inconsciente a partir de sus palabras y de su comportamiento; por otra parte debe controlar constantemente su propia actitud respecto al enfermo y si es necesario rectificarla, es decir, dominar la contratransferencia (Freud). La condición previa para esto es naturalmente que el médico haya sido analizado. Sin embargo. aunque lo esté, no podría franquear las particularidades de su carácter y las fluctuaciones de su humor hasta el punto de hacer superfluo el control de la contratransferencia.

Es difícil decir de una manera general cómo debe efectuarse el control de la contratransferencia: las posibilidades son demasiado numerosas en este terreno. Para hacerse una idea, lo mejor es tomar ejemplos de la experiencia. Al comienzo de la práctica psicoanalítica, apenas se adivinan los peligros que pueden venir por ese lado. Vive uno en la euforia que proporciona el primer contacto con el inconsciente; el entusiasmo del médico se comunica al paciente y el psicoanalista debe a esta afortunada seguridad algunos éxitos terapéuticos sorprendentes. Indudablemente, la parte del análisis en tales éxitos es más bien escasa y pertenece a la pura sugestión, dicho de otro modo, se trata de éxitos de la transferencia. En la euforia de la luna de miel del análisis, está uno muy lejos de tomar en consideración la contratransferencia y menos aún de dominarla. Se sucumbe a todos los afectos que puede suscitar la relación médico-enfermo, se deja uno influenciar por las molestias de los enfermos, incluso por sus fantasías, y hasta se indigna uno contra todos aquellos que le son hostiles o les hacen mal. En una palabra, el médico hace suyos todos los intereses del enfermo y se extraña cuando éste, en quien su conducta ha despertado probablemente esperanzas vanas, manifiesta repentinamente exigencias pasionales. Las mujeres piden al médico que se case con ellas, los hombres que dialogue con ellos, y todos deducen de sus palabras argumentos apropiados para justificar sus pretensiones. Naturalmente, tales dificultades se superan fácilmente durante el análisis; se invoca su naturaleza transferencial y se les utiliza como material para proseguir el trabajo. Pero también puede hablarse de los casos en que los médicos que practican bien sea una terapéutica no analítica, bien un análisis silvestre son objeto de acusaciones o de inculpaciones judiciales. Los pacientes develan en sus acusaciones el inconsciente del médico. El médico entusiasta que en su deseo de curar y de explicar pretende “comprometer’ a sus pacientes, olvida los signos, pequeños y grandes, del atractivo inconsciente que siente hacia ellos, tanto hombres como mujeres, pero éstos los perciben perfectamente y deducen la tendencia que los origina, sin sospechar que el médico no tenía conciencia de ello. Cosa curiosa, en este tipo de asuntos ambas partes tienen razón. El médico puede jurar que, conscientemente, sólo pensaba en curar a su enfermo; pero también el paciente tiene razón, pues el médico se ha colocado inconscientemente como protector de su cliente y lo ha dejado ver a través de diversos indicios.

La trayectoria psicoanalítica nos preserva evidentemente de tales problemas. Sin embargo, puede ocurrir que un control insuficiente de la contratransferencia sitúe al enfermo en un estado imposible de resolver, que le servirá de pretexto para interrumpir la cura. Resignémonos a que el aprendizaje de esta regla técnica del psicoanálisis cueste un paciente al médico. En lo sucesivo, cuando el psicoanalista ha aprendido pacientemente a evaluar los síntomas de la contratransferencia y consigue controlar todo lo que podía dar lugar a complicaciones en sus actos, sus palabras, o sus sentimientos, corre entonces el peligro de caer en el otro extremo, de convertirse en demasiado duro y esquivo con el paciente; lo cual retrasaría o incluso haría imposible la aparición de la transferencia, condición previa para el éxito de todo psicoanálisis. Podría definirse esta segunda fase como la de la resistencia a la contratransferencia. Una ansiedad desmesurada a este respecto no es la actitud correcta, y sólo tras haber superado este estadío puede el médico alcanzar el tercero: el del dominio de la contratransferencia. Sólo cuando haya llegado a él, o sea, una vez asegurado de que la vigilancia ejercida sobre este efecto dará enseguida la alerta si sus sentimientos respecto al paciente amenazan con desbordar la justa medida tanto en sentido negativo como en positivo, podrá el médico «dejarse llevar» durante el tratamiento como exige la cura psicoanalítica.

La terapéutica analítica plantea, pues, al médico exigencias que parecen contradecirse radicalmente. Le pide por una parte dejar libre curso a sus asociaciones y a sus fantasías, dejar hacer a su propio inconsciente; Freud nos indica que es la única manera de que disponemos para captar intuitivamente las manifestaciones del inconsciente, disimuladas en el contenido manifiesto de las palabras y de los comportamientos del paciente. Por otra parte, es preciso que el médico someta a un examen metódico el material proporcionado por el paciente y el aportado por él mismo, y solamente este trabajo intelectual debe guiarle en lo sucesivo tanto en sus palabras como en sus acciones. Con el tiempo aprenderá a interrumpir este estado de dejarse llevar por determinados signos automáticos provenientes del preconsciente y a sustituirlos por una actitud crítica. Sin embargo, esta oscilación permanente entre el libre juego de la imaginación y el examen crítico pide al médico algo que no exige en ningún otro campo de la terapéutica: una libertad y una movilidad de los bloqueos psíquicos exentos de toda inhibición.

jueves, 26 de julio de 2012

L'interprétation - forcément à côté [Gabrielle Gimpel]


Intervention faite au Colloque franco-allemand "L’interprétation à côté", à Schloss Dhaun en mai 2009
En quoi le mot d’esprit peut-il aider à concevoir ce qu’est une interprétation à côté? Une interprétation qui tombe à plat, est-elle comparable à un mot d’esprit qui ne fait pas rire?
A - Le "Witz" de Freud (1905)
Le « Witz » est une formation de l’inconscient au même titre que le rêve. Comme du rêve dans la « Traumdeutung », Freud dit du Witz que les processus psychiques inconscients (et non pas les contenus conscients) sont aptes à produire un effet psychique (Traumdeutung, chap VIII, F.cité dans « Witz » p.139). C’est le mécanisme, la forme d’expression (Ausdrucksform) du Witz qui le caractérise et non pas le contenu idéique, quelque chose de logique est en jeu. Freud met en évidence des mécanismes tels que la condensation, le déplacement, la métaphore et la métonymie, l’énigme, le non-sens d’une expression verbale, les jeux de mots, les homonymies et homophonies, les significations au pied de la lettre et figurées, le déplacement d’accent, les fautes logiques, les contradictions, l’utilisation d’expressions toute faites légèrement modifiées etc. Le plaisir du Witz serait dû aux sonorités, au parler débridé que Freud rapproche du parler de l’enfance, au parler qui transgresse le code (LacanSéminaire V).
Freud parle d’un travail du mot d’esprit comme il parle du travail du rêve. Le travail du Witz est un travail de compréhension (« Witz », p.54). Dans le « Witz », pour que la condensation dans un « Mischwort » (mot mélangé) fonctionne comme mot d’esprit (voir : famillionaire), il faut qu’un élément semblable (ähnliches Element) se trouve dans les deux mots. Ce mot mélangé (condensé) procure du plaisir (Lust schaffen). Le receveur décèle le « sens » à travers le lien qu’établit cet élément ressemblant. Il cherche le sens dans le non-sens, il cherche dans l’inconscient, dans les « restes métonymiques » : où va le désir de l’Autre ? (Comme l’enfant cherche à localiser où va le désir de sa mère.) Le phallus ouvre sur un double sens, sur une alternative encore simultanée. « Ce qui vous met sur les traces du signifiant perdu – dans la métaphore, l’oubli de nom ou le lapsus - ce sont les ruines métonymiques de l’objet » (Lacan, V, p.42) (Ce qui est perdu quand le désir rencontre le code du langage). L’émetteur et le receveur doivent avoir des restes métonymiques suffisamment semblables, doivent être « de la paroisse » pour que le « Witz » s’accomplisse. (Lacan, V, p.118).
La première personne élabore le Witz, mais a besoin d’une personne qui l’écoute pour pouvoir déclencher le rire qui lui revient ensuite par contagion. Le receveur juge ( « Witz », p.136) s’il s’agit d’un mot d’esprit ou non, l’émetteur (le moi) n’étant pas assuré de son jugement. Le receveur pose cet acte de « compréhension »(Verständnisarbeit). Il y a un effet de sens, donc un effet de sujet. (« L’auteur apporte les mots, le lecteur le sens », « Witz », p.83). Le mot d’esprit tendencieux (provocation sexuelle) nécessite trois personnes : celui qui formule le Witz , celui qui écoute et qui est visé par la provocation, celui qui assiste et qui jouit. (Ici, apparaît un trait pervers : le témoin oculaire chez l’agresseur pervers sadique). Le troisième est « perverti », « corrompu », sa libido trouve satisfaction sans peine (« mühelos », « Witz », p.95).
Dans cette situation de connivence, le troisième est surpris, pris au dépourvu par un signifié nouveau. « Le mot d’esprit est un coquin à la langue fourchue qui sert deux maîtres à la fois. » ( »Witz », p.146). Ce tiers est indispensable pour l’accomplissement du trait d’esprit : il est surpris par la nouveauté, alors que l’émetteur connaît la chute de son histoire.
Cette troisième personne devient dans l’œuvre de Lacan (sém V) un précurseur du grand Autre. Dans le mot d’esprit, le grand Autre en tant que lieu du signifiant et du code, authentifie un message délivré à travers une transgression du code. Cette authentification permet une séparation et une prise de distance, comme dans l’humour. « Le message gît dans la différence d’avec le code, cette différence est sanctionnée comme trait d’esprit par l’Autre. » (Lacan, V, p.24). Le mot d’esprit travaille sur l’ambigüité de la formation du message. Là, où le désir croise la ligne signifiante (graphe du désir), il rencontre A… comme siège du code. « L’objet du mot d’esprit est de nous réévoquer la dimension par laquelle le désir rattrape ou indique tout ce qu’il a perdu en cours de route, ce qu’il a laissé comme déchets au niveau de la chaîne métonymique et d’autre part, ce qu’il ne réalise pas pleinement au niveau de la métaphore. » (Lacan, V, p.95) « … l’Autre entérine un message comme achoppé, échoué, et dans cet achoppement même reconnaît la dimension au-delà dans laquelle se situe le vrai désir, c’est-à-dire ce qui, en raison du signifiant, n’arrive pas à être signifié » (Lacan, V, p.150) (et donc ne cesse pas de ne pas s’écrire).
B - Jouissance
Freud cherche longuement par quels mécanismes est produit le plaisir, le rire à la seule audition de mots composant un trait d’esprit. Le rire accompagne fréquemment la levée du refoulement dans l’analyse. Est-ce comparable à la découverte dans le non-sens d’une allusion à un sens ( le sens dans le non-sens, ça doit avoir un sens, « Witz », p.122 ; la jouissance du déchiffreur , l’instinct de limier) La jouissance du sens ? La jouissance du non-sens délibéré ? Freud dira que le plaisir est lié à la satisfaction de la tendance (sadique) et à l’économie d’une dépense psychique (la retrouvaille du connu et la transgression du code). Lacan évoquera le plaisir pris à la trouvaille et au récit du Witz (dans « Fonction et champ de la parole et du langage », Ecrits).
Le receveur ne « sait » pas de quoi il rit, Freud dit que c’est un processus automatique, le rire jaillit d’autant plus que l’attention consciente du receveur est contournée. La nouveauté de l’idée (Einfall) est primordiale, elle provoque une surprise : sens et en même temps non-sens (« Sinn und gleichzeitig Unsinn“), ébahissement et illumination („Verblüffung und Erleuchtung“ , „Witz“, p.124). Le non-sens agit comme une question qui appelle le sens. Selon Freud, le travail du mot d’esprit enlève (beseitigen) l’inhibition, renforce la tendance en apportant de l’aide venant de motions (Regungen) tenues refoulées, le Witz serait donc au service de tendances refoulées (« Witz », p.127). Quand la tendance refoulée s’est imposée dans le Witz, le rire jaillit (Freud, p.129). « L’inconscient s’éclaire quand on regarde un peu à côté » (Lacan, V, p.22). « Tout discours qui vise la réalité est forcé de se tenir dans une perspective de perpétuel glissement. Le discours ajoute quelque chose de désorganisant, voire de pervers, à cette réalité » (Lacan, V, p.78) – parce qu’il est à côté (comme l’objet fétiche est à côté de son objet naturel). Dans le séminaire V, Lacan dit que dans le Witz, « le passage du sens est frayé par le non-sens qui à cet instant nous étourdit et nous sidère… le non-sens a le rôle de nous leurrer un instant, assez longtemps pour qu’un sens inaperçu jusque-là nous frappe à travers la saisie du mot d’esprit…. C’est un sens en éclair de la même nature que la sidération qui nous a un instant retenu sur le non-sens. » (Lacan, V, p.85/86) (Comme l’imminence d’un changement de discours ?) Par ailleurs,Lacan soutiendra l’hypothèse inverse et dira que le sens ne sert qu’à faire la place du non-sens.
Le grand Autre permettrait d’orienter le non-sens de l’intrusion en sens de la nouveauté. « Ce qui surprend, c’est l’équivoque fondamentale, le passage d’un sens à un autre par l’intermédiaire d’un support signifiant. Il y a là un trou. » (Lacan, V, p.112) « L’Autre authentifie la béance, le trébuchement, le défaut et le restitue au sujet » (ibid). L’Autre authentifie un « trou » et la nouveauté apparaît dans le signifié par l’introduction du signifiant (ibid p.92).
La tromperie implique la référence au grand Autre comme lieu de la parole et comme témoin de la vérité (« Pourquoi tu dis que tu vas à Cracovie… ? »).(Dreyfuss, p.217) « Ce que le « Witz » attaque, ce n’est pas une personne ou une institution, mais la sureté de notre jugement lui-même, qui est l’un de nos biens spéculatifs. » La fréquentation du lieu de l’Autre comme lieu du signifiant (dans l’inconscient) est la source du plaisir spécifique du Witz. (Dreyfuss, p.247) Le tiers accuse réception de la « trouvaille », là où cela veut jouir. Cet accusé de réception se situe-t-il au niveau du sujet/de l’analysant dans l’interprétation ? L’analysant, « comprend »-il la parole de l’analyste, comme le tiers « comprend » le mot d’esprit ?
Un exemple : un rêve Je rapporte en séance un rêve où je me trouve au lit, ma mère me sert un plat chaud composé de petits pois, carottes et d’une côte de porc panée. Un de ces plats bien allemands, un peu lourds à digérer, ai-je ajouté. A la fin de la séance, l’analyste me congédie en disant « Et cela vous a enlevé un petit poi(d)s ? » Le double sens s’ouvre sur pois et poids et déclenche le rire. L’analysant, en tant qu’il parle a cette sincérité qui croit que le signifiant a un sens, un vrai. Comme il croit à la sincérité du grand Autre, sa bonne foi. L’analyste soulève la duplicité, l’ambigüité. L’analysant qui écoute s’aperçoit du manque total de sincérité du signifiant, de sa frivolité. Le tiers du mot d’esprit est l’analysant qui accuse réception de la parole de l’analyste. Peut-on dire pour autant que l’interprétation opportune est comme un trait d’esprit par l’analyste et que l’interprétation à côté est comparable à un Witz qui ne fait pas rire ?
Le récepteur est un tiers extérieur. Dans l’interprétation réussie, celui de qui on rit est l’analysant qui parle. L’acte de la parole modifie le sujet. Celui qui rit est l’analysant qui écoute (l’interprétation de l’analyste ou son propre discours). L’analyste renvoie l’ambigüité du dit, le peu de sens, le « pas » de sens (Lacan) du signifiant, sa torsion (Le peu de sens ou le fait que le sens n’est pas forcément là, où on le croit). L’analysant interprète (« comprend ») la parole de l’analyste. La subjectivation passe par le tiers extérieur. Le tiers donne valeur à ce que dit le sujet (presque comme au stade du miroir ou le regard sur la production artistique etc).
Les critères de mauvaises plaisanteries ou de Witz qui n’en sont pas sont, selon le « Witz » de Freud : La réflexion tue le rire. Si l’expression est longue, détaillée d’explications, saturée de sens, il n’y a pas d’effet comique. Il faut que le trait d’esprit soit bref, facile à comprendre rapidement. L’inhibition doit être levée ou contournée. Les allusions doivent « sauter aux yeux », les omissions doivent être faciles à compléter (Freud, p.141). Il doit exister une certaine connivence entre les personnes, les restes métonymiques du receveur et les restes métonymiques de l’émetteur doivent correspondre un minimum. (La théorie du contre-transfert part-elle de là ?) Les mots d’esprit vieillissent et correspondent à des cercles culturels et linguistiques. Il ne doit pas exister de relation de subordination pour un rire libéré (on ne rit pas avec le président). Si le mécanisme est démonté – par exemple la métaphore dépliée – le Witz s’éteint. Une attention soutenue ou une implication affective empêchent l’“automatisme“ (« Witz », p.204/205). Est-ce applicable à l’interprétation ? Les interprétations assez « directes » de Freud délivrées à ces analysantes, Dora et la jeune homosexuelle, sont qualifiées d’interprétations à côté par Lacan (sém V, p.322).
C - Le Paradoxe comme inscription du Réel dans le Symbolique
Dans « La Troisième » (1974), Lacan avertit le clinicien de ne pas gonfler le symptôme de sens. Dans la cure … ce n’est pas l’effet de sens qui opère dans l’interprétation, mais l’articulation dans le symptôme des significants (sans aucun sens) qui s’y sont trouvés pris…. L’inconscient n’a de sens qu’au champ de l’Autre. (Lacan, Ecrits, p.842) Le signifiant dans l’inconscient est chargé de jouissance en fonction de ses associations au hasard. C’est l’inconscient qui « cherche » le sens – sens fantasmatique inconscient du sujet.
Le sens et le non-sens sont liés par le paradoxe, le Witz et la lettre (Nominé, Le pouvoir du paradoxe). Le paradoxe appelle le sens, comme le non-sens appelle le sens. (L’exemple de la sphinge montre que s’il n’y a pas de trouvaille, on peut en mourir.) Comme le réel appelle le symbolique. Le sophisme vise à faire surgir le non-sens dans le sens, il agite le spectre du non-sens dans l’intervalle entre les signifiants du discours. Pour que le mot d’esprit fonctionne, il faut un sens apparent, une promesse de sens (sinon l’ensemble est absurde), pour que soit libéré « pour un moment le plaisir du non-sens ». Le mot d’esprit a pour visée de déchaîner le non-sens, son sens apparent ne sert qu’à protéger ce plaisir. Le sens est au service du non-sens, « le foncier non-sens de tout usage de sens » (Lacan, IV, p.294). Vu sous cet angle, dans le mot d’esprit, le principe de plaisir cherche le non-sens.
Le Witz comme modèle de l’interprétation L’inconscient joue avec les mots, et l’interprétation fonctionne tout naturellement comme mot d’esprit. (Larousse). Les jeux de mots, l’accentuation de mots ou d’expressions, la ponctuation sont des moyens à la disposition de l’analyste (ceci n’est pas exhaustif).
« … l’essentiel est que le jeu de mot ne nourrisse pas le symptôme de sens » ( La Troisième), l’essentiel est le non-sens. L’inconscient noue le « cela veut dire quelque chose » (du sens) au « cela veut jouir » (du désir). Pour atteindre le non-sens, ou mieux : le hors-sens, il faut passer par le sens (et ne pas s’y arrêter). La surprise, le merveilleux se trouvent au-delà du code.
D - Remarque
L’interprétation est forcément à côté, parce que :
  • Elle passe par le signifiant
  • Le discours est forcément glissement, forcément à côté, comme l’objet fétiche est à côté de son objet naturel
  • On atteint l’inconscient uniquement en « biais », en « regardant un peu à côté », en contournant l’inhibition.
La question de la dimension perverse dans le mot d’esprit : que faisons-nous, quand nous provoquons de la jouissance en racontant des mots d’esprit et quand nous interprétons ? Le mot d’esprit nécessite une connivence entre deux êtres ou un être et une communauté. La transgression du code est sans danger, « pour de rire ». Le mot d’esprit comme réalisation du phallus ressemble à une situation pré-oedipienne, le partage d’une révélation de jouissance où on ne peut jouir qu’en acceptant le primat de l’Autre. La témérité vire en farce. La jouissance reste dépendante de la jouissance d’autrui. Néanmoins, l’authentification par le grand Autre permet une séparation : une coupure qui fait lien. La jouissance phallique est de nature substitutive, donc non pas perverse, car elle n’est pas provoquée pour créer une surprise qui colmate un manque. Dans l’interprétation psychanalytique, l’intervention du psychanalyste propose un trait pouvant aboutir à un sens, à condition que l’analysant décide de ce sens (José Guinart).
Bibliographie
  • Dictionnaire de la psychanalyse, Paris, Larouse,1993
  • Sigmund Freud, « Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten » Studienausgabe, Bd IV, Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 1970, p.9-220.
  • Jacques LacanSéminaire IV « La relation d’objet », Paris, Le Seuil, 1994, p.294, 288, 293 Séminaire V « Les formations de l’inconscient » Le Seuil, Paris, 1998. « La Troisième », Lettres de l’Ecole freudienne, 1975, nr 16, p.177-203. « R.S.I. » (inédit), leçon du 11.2.75, citée dans ALI, p.69-76.Jacques Lacan, « Ecrits », Le Seuil, Paris, 1966 ; La signification du phallus, p.685. Fonction et Champ de la parole et du langage, p.237. La position de l’inconscient, p.842.
  • S.Dreyfuss, JM. Jadin, M.Ritter, “Qu’est-ce que l’inconscient ? 2 ; Arcanes, Strasbourg, 1999.
  • B.Nominé, « Le Pouvoir du Paradoxe », Intervention à « Suggérer, Interpréter, Construire », Colloque de l’A.C.F., Toulouse Midi-Pyrénées, 1996.