Debemos admitir que carecemos de una teoría sólida,
no impugnable, de la articulación entre los hallazgos de nuestra clínica y las condiciones
materiales de la existencia de nuestros pacientes –de nosotros mismos– en la sociedad
contemporánea. Cualquier conclusión al respecto deberá estar sometida a la escucha
del “caso por caso” y cada nueva observación podría infirmar nuestras más fundadas
especulaciones. Aceptaremos cambiar nuestra teoría para dar cuenta de los casos...
pero no a los casos para justificar nuestras reflexiones. El analista no puede dejar
de indagar la relación entre la compleja sociedad de su tiempo y la no menos complicada
subjetividad de sus analizantes (el “malestar en la cultura”) pero estará en todo
momento advertido del riesgo de las generalizaciones en las que se confunden las
elaboraciones de disciplinas que tienen diversos objetos de estudio.
En esa dificultad nos embarcamos: articular lo
subjetivo singular, lo particular del sufrimiento y de los extravíos en los vericuetos
del goce y del deseo con los procesos colectivos en estos tiempos de vertiginosa
transformación del paisaje social, ideológico e incluso físico como resultado de
los “avances” de la tecnociencia. Nos negamos la consolación inicial de una inexistente
“teoría sólida” de la que podríamos deducir las explicaciones que nos faltan y a
la que podríamos, si tuviésemos buena fortuna, reducir la variopinta multiplicidad
de la realidad que comprobamos en la clínica. Optamos, en cambio, por desmenuzar
(“analizar”) los cambios que se producen en los dos campos y tratamos de inducir
una respuesta provisional y prudente, sujeta a rectificaciones, que pudiese servir
como mecanismo de embrague teórico entre la masa de informaciones (“datos”) que
vienen de ambos lados: el psicoanálisis por una parte y las “ciencias sociales”
por la otra. No existe una teoría unificada de las ciencias del signo y ese déficit
parece no ser una pasajera impotencia, sino una perdurable imposibilidad.
Trabajamos nuestras hipótesis a partir de una
gigantesca masa de datos y cifras que nos informan acerca de una realidad esquiva
y abierta a las interpretaciones más dispares. Partimos de un punto aceptado convencionalmente
y por eso mismo sospechoso: la fenomenología de una vida cambiante en las sociedades
llamadas postindustriales que tanto y tan banalmente cosquillea a la mayoría de
los estudiosos, arrebatados por los inesperados embrujos y las amenazas apocalípticas
de la contemporaneidad técnica, social y política. Ese cúmulo de abruptas novedades
parece indicar nuevas orientaciones y horizontes; el cacofónico discurso que escuchamos
y con frecuencia nos ensordece, proveniente de mil altoparlantes, sería el fenómeno
revelador de nuevas posiciones subjetivas a las que tendríamos que aplicar las potencias
del pensar entendido en el sentido heideggeriano. A esto el psicoanálisis no puede
renunciar: a considerar las condiciones de su clínica (de la transferencia) en cada
momento de la historia. Sin olvidar que bien pudiera ser que nada hubiese de inusitado
y que nuestras impresiones acerca de transformaciones radicales en la vida humana
fuesen meras extensiones de nuestro fantasma. No sería ésta la primera vez en que
la montaña de datos alumbra a un ratón mientras esconde la esencia de lo que parece
revelar. O que nos fascinamos con una “novedad” que el sol alumbra desde el comienzo
de los tiempos.
La historia es bien conocida y debe resumirse
con rapidez. Después de los acontecimientos de 1968 que sacudieron a la cultura
desde Europa hasta el Lejano Oriente, la respuesta de Lacan fue la promoción de
una teoría de los discursos, teoría de los cuatro discursos, expuesta en el seminario
XVII y en su conferencia Radiophonie. Nunca antes había tenido el psicoanálisis
una herramienta tan precisa para analizar las situaciones tanto de su propia clínica
como de la articulación de ella con los procesos históricos que involucran a la
subjetividad. El punto de partida era el de la realidad discursiva y el discurso
admitía una escueta definición: era “lien social”. Sencilla también era la formalización
estructural: cuatro lugares ligados por vectores de conexión que marcaban la necesidad
o la imposibilidad de ciertos “encuentros” entre esos lugares (el del agente, el
del otro, el de la producción y el de la verdad), cuatro matemas que ocupaban ordenadamente
sus lugares dentro de un álgebra rígida ( S 1, S 2, petit a y $ ) permitían definir
cuatro estructuras discursivas (del amo, de la universidad, del psicoanalista y
de la histérica). Con estas fórmulas el lazo social había sido enlazado. Una articulación
de facto y de jure los ligaba: los cuatro discursos no podían ser excluyentes; cada
uno de ellos supone la presencia y la movilización de los otros tres. Los discursos
aparecen en toda su pureza sobre el papel pero en el análisis de la realidad se
debe tomar en cuenta la coyuntura de su interacción pues “le discours est lié aux
intérêts du sujet” . El planteo era de una cautivante simplicidad y al mismo tiempo
hacía brillar (miroitait) una promesa de exactitud. La fórmula matriz de los discursos
era la del primero de los cuatro: el discurso del amo. Ese orden de los cuatro lugares
estructurales: (agente, otro, producción y verdad, respectivamente) girando por
cuartos de círculo en sentido horario o antihorario, permitía definir sólo cuatro
discursos que eran, a partir del algoritmo inicial ya mencionado, los otros tres:
el universitario (agente: S 2 ), el del analista (agente: a ) y el de la histérica
(agente: $ ). Damos por conocidas las fórmulas incansablemente repetidas desde entonces.
En la teoría y en la práctica del psicoanálisis
ya se había afianzado la rigurosa definición del sujeto en su relación con los significantes,
con exclusión de toda referencia empírica, sociológica o psicológica o de toda alusión
a la historia de los equívocos que la filosofía había acumulado en torno del término
“sujeto”, vocablo fundamental, lacaniano, no freudiano, del psicoanálisis: le sujet
est ce qu' un signifiant représente pour un autre signifiant. La formalización de
los cuatro discursos permite una representación algebraica de esa definición y deja
un lugar a la invención lacaniana concomitante: la operación discursiva de los significantes
S 1 y S 2 y la definición correlativa de ellos y el sujeto $ deja un saldo, un residuo,
el objeto a minúscula, @ , no significante y no subjetivo, que también forma parte
de la estructura. Con el objeto a, perteneciente a lo real, podía Lacan dar cuenta
de su avance: tout est structure, mais pas tout est signifiant.
Es de todos sabido en la comunidad lacaniana:
la estructura de cada discurso es la que puede observarse en la mitad derecha del
cuadro que a continuación se presenta mientras que en la mitad izquierda aparece
su ilustración concreta como discurso del amo:
Recordemos ahora la perturbación de esta bien
aceitada máquina algebraica que Lacan introdujo poco después y cuyos ecos (a menudo
confusos) se extienden hasta nuestros días. Todo comienza por una noción que es
ya casi convencional y que lleva a distinguir entre el amo antiguo que promovía
la formación de individuos jurídicamente regulados en su relación con el Soberano,
súbditos obedientes dotados de derechos y deberes, y el amo moderno que incita a
la satisfacción directa de aspiraciones y demandas rozando y perforando las líneas
de frontera (borderlines) de la ley. Un amo era aquel de la represión y un nuevo
amo éste que comanda el goce. Un nuevo discurso, variante del anterior, habría emergido
hace unos tres siglos y decretado paulatinamente el ocaso del discurso del amo clásico.
Esta nueva modalidad de la dominación fue proclamada y enunciada por Lacan con un
término pertinente: discurso capitalista. Lo hizo en un principio casi como si estuviese
bromeando, como si fuese un capricho personal al que podría renunciar si lo quisiese:
“Si hubiera querido divertirme, vale decir, si j’avais recherché la popularité [hubiese
podido] mostrarles el ínfimo giro (tout petit tournant) qui en fait (du discours
du maître) le discours capitaliste.” No es esta sin embargo la primera alusión pues
encontramos en el seminario del año anterior una primera y solapada referencia de
Lacan a ese discurso. Vale la pena reproducir sus palabras : “Uno no ha esperado
hasta ver que el discurso del amo se haya desarrollado plenamente para mostrar su
verdadero trasfondo en el discurso capitalista, con su curiosa copulación con la
ciencia”.
En la clase que siguió a la evocación del “tout
petit tournant” insistió y ubicó este discurso en términos históricos ligándolo
con el industrioso empuje del protestantismo y del capitalismo liberal y adhiriendo,
sin decirlo de manera explícita, a las clásicas tesis de Max Weber:
“La historia muestra que el discurso del amo
ha vivido durante siglos de un modo provechoso para todo el mundo hasta llegar a
una cierta desviación que lo transformó, por un infime deslizamiento que pasó desapercibido
hasta para los propios interesados, en algo que lo especifica desde entonces como
el discurso del capitalista ... El discurso del capitalista se distingue por la
Verwerfung, por el rechazo, la expulsión al exterior de todo el campo de lo simbólico...
¿el rechazo de qué? El de la castración. Todo orden y todo discurso que se emparienta
con el capitalismo deja de lado eso que sencillamente llamaremos las cosas del amor.
¡Y eso, mis buenos amigos, no es poca cosa! Y es por ello que, dos siglos después
de ese deslizamiento, –llamémoslo ¿porqué no? calvinista –, la castración hizo finalmente
su entrada bajo la forma del discurso analítico.”
Digamos, sin dudas ni rubor, que a comienzos
de los ’70 Lacan expuso una secuencia histórica de tres discursos: el del amo, el
capitalista, el del psicoanalista.
El sintagma discurso (del) capitalista aflora
unas cuantas veces en la enseñanza de Lacan : designa una transformación en el discurso
del amo como consecuencia del encuentro de éste con las ciencias, que se anuncia,
más que como palabra hablada, como escritura de fórmulas matemáticas y, de modo
práctico, como objetos técnicos que se inventan a partir de ellas. Lacan llega a
bautizar estos objetos con un neologismo que, extrañamente y a diferencia de muchos
otros que él propuso, no tuvo repercusiones y está casi olvidado: lathouses —nosotros
preferimos usar una palabra más convencional y rica en sentido: servomecanismos
para designar a esos artefactos que la ciencia permite fabricar y enviar al mercado
para su consumo masivo y que están destinados a una rápida obsolescencia, objetos
que llamaríamos prêt à porter o, mejor, prêt à jouir, que funcionan como análogos
del objeto causa del deseo, del objeto @. Cuando apareció el sintagma “discurso
capitalista”, éste no acarreaba, hacia 1970, ningún problema para los alumnos de
Lacan, pues podía asimilarse a otros similares (“discurso filosófico”, “discurso
amoroso”, “discurso de las ciencias”, etc.), muy comprensibles en sí, que no requieren
la escritura de fórmulas específicas acordes a la formalización matemática de los
discursos. La esporádica referencia al “tout petit tournant” no daba lugar a pensar
en que el “tour” se concretaría como tal en la escritura de un supuesto “cinquième”
discours.
Sabemos que con el famoso cuadrúpedo se podría,
por permutaciones lógicomatemáticas, definir veinticuatro discursos diferentes (
4 x 3 x 2 x 1 = 24 ). Lacan tuvo sin embargo, cuidado de advertir que “El número
de los discursos es limitado, tal como yo hice de modo sumario al estructurarlos
en número de cuatro, por una revolución no permutativa en las posiciones de los
cuatro términos”. (Elle limite le nombre des discours […] comme j’ai fait au plus
court de les structurrer au nombre de quatre d’une révolution non permutative en
leur position de quatre termes) E insistió en la referida conferencia de Milán cuando
expuso el nuevo matema del discurso capitalista: “Et il n'y en a pas trente-six
possibles, il n'y en a même que quatre.” (cit.)
Fue en esa única oportunidad, en Italia, en 1972
, que se permitió especificar con una fórmula distintiva al nuevo discurso capitalista
que se integraría con los cuatro iniciales y paradigmáticos que el mismo Lacan había
presentado para dar cuenta del universo discursivo. Al escribir una versión “ligeramente”
distinta del discurso del amo, estaba aludiendo a la vez que proscribiendo un quinto
discurso, que hubiera subvertido sus propias formulaciones. La confusión fue alentada
porque en la trascripción de esa conferencia puede verse lo que Lacan escribió en
la pizarra ese día y efectivamente se leen allí las fórmulas de cinco discursos
a pesar de la advertencia de que discursos “il n’y en a que quatre”
Este imprevisto discurso parece una transgresión
al planteo inicial: “sólo cuatro”. Aquel día, negándose a dar mayores explicaciones,
Lacan propuso una, a sus ojos, “ínfima” transformación (“une toute petite inversion”)
y escribió en la pizarra una fórmula que invertía, en el discurso del amo, los lugares
del agente (S 1) y de la verdad ( $ ). Además, eliminaba el vector que ligaba, en
la línea superior de la fórmula general de los discursos, al agente ? y al ? otro
que recibía su orden o conminación, permitía que en esta nueva fórmula se aboliese
la imposibilidad del encuentro del sujeto y el objeto @, propia de la estructura
del fantasma ( $ ◊ a ) pues @ , mediante un vector que sale de su lugar como ? producto,
abajo y a la derecha, puede alcanzar al sujeto $, que en esta nueva fórmula está
en el lugar del agente o semblante, arriba y a la izquierda. Producida la inversión
de los lugares de S 1 y $, se abría la cuestión de si, como en todos los discursos,
el vector vertical de la izquierda, que iba del matema del sujeto $ (en el lugar
de la verdad ?) al agente ? o semblante ( S 1 ), conservaba su orientación ascendente
o si, para mantener la relación entre ambos no en términos de lugares sino en término
de quiénes ocupaban esos lugares, el vector invertía su dirección y se hacia en
sentido vertical descendente. Lacan optó por esta segunda posibilidad. En consecuencia
la fórmula final del novedoso “discurso” era:
I
Discurso capitalista:
En el día de esa única presentación formal, dijo de este “nuevo” discurso que era
algo “follement astucieux” pero que, de todos modos, conducía a la crisis, à la
crevaison, del discurso del amo. Del discurso del capitalista dijo: “ça marche comme
sur des roulettes, ça ne peut pas marcher mieux, mais justement, ça marche trop
vite, ça se consomme, ça se consomme si bien que ça se consume”.
El capitalista, aparecido como agente del discurso
desde la primera mitad del siglo XVIII, no hace sino renovar el milenario discurso
del amo. Por esta “ínfima” sustitución él mismo, en su condición de sujeto ( $ )
toma el lugar dominante que ocupaba el significante amo. En el discurso tradicional
del capitalista-agente-de-su-discurso, surgido con las revoluciones burguesas y
con la revolución industrial, se filtran las variables intromisiones del discurso
de la histérica (agente: $), del alma bella que pretende no tener responsabilidad
en los trastornos que produce a su alrededor y que confunde su deseo (del que nada
sabe) con sus demandas. El sujeto $ aparece ocupando el lugar del agente en el discurso
del capitalista y en el de la histérica. Pero mientras la histérica se dirige al
amo (vector $ → S 1) y lo conmina a la producción del saber ( S 2 ), el capitalista
no se dirige a ningún otro (eventualmente el proletario) y aparece disociado del
saber. Ya no importa quién es el anónimo y desfigurado productor del objeto a. Pero
importa, sí, que el producto vuelva a las manos del capitalista: lo muestra el vector
diagonal ascendente que va de a (abajo a la derecha) a $ (arriba a la izquierda).
Esta vinculación del sujeto y el objeto plus de goce estaba excluida en la fórmula
tradicional, del discurso del amo clásico. Allí, como dijimos, entre $ ? y ?@, al
igual que en el matema del fantasma, hay un desencuentro estructural: $ ◊ a. La
producción de mercancías en función de su plusvalía y del plus de goce (objetos
a) es la manifestación visible de la potencia de la empresa capitalista y expone
la razón de ser de sus empeños, la extracción de plusvalía que sostiene a los actores
del discurso en sus lugares. Cabe preguntarse si en verdad corresponde la palabra
“discurso” para una fórmula como ésta en donde el “agente” ? no tiene un “otro”
? al cual dirigirse. ? no →?
No son pocos los discípulos de Lacan que han
retomado el tema y se multiplican las referencias a este mal llamado “quinto” discurso
. Detengámonos para desmenuzar la rara fórmula del discurso capitalista: el agente
del discurso es allí el mismo que en la histeria: el sujeto ( $ ) en su insanable
división, el deseante y dividido sujeto del inconsciente. Sólo que en este caso
no es el agente ( $ ) quien se dirige al saber ( S 2 ), su “otro”, para que produzca
“objetos” a, forzándolo a actuar de acuerdo a su voluntad, como Aladino cuando imparte
órdenes al genio de la lámpara. Quien sigue “ordenando” es el S 1, el moderno amo
capitalista. Lo hace desde el lugar de la verdad ?y se dirige al otro? (vector diagonal
ascendente: S 1 ? → ? S 2). El saber, de todos modos, sin escuchar las injunciones
procedentes del lugar del agente ?( $ ) sino las que vienen del lugar de la verdad
?, esto es, del (significante) amo, opera por medio del saber científico ( S 2 )
produciendo esos objetos desechables, los servomecanismos. Ahora bien, ¿cuál es
la “verdad” que fundamenta esta in-diferencia, esta no-relación, recíproca del sujeto
y del saber, de $ ? a ? S 2 (el saber del trabajador, del esclavo en un principio,
el saber de la ciencia en etapas más próximas a nosotros)? La fórmula del discurso
capitalista inscribe a esa “verdad” ocupando su lugar, abajo y a la izquierda: el
(significante) amo ( S 1 ?). El sujeto, en la ceguera de sus demandas, sin saberlo,
inconsciente, creyendo en la fuerza del “yo”, hace actuar el mandato del amo. El
agente del discurso capitalista ($ ?) “hace semblante” de ser el amo, cree no estar
sujetado a nada aunque es, más que un Aladino, el “aprendiz de brujo” de Goethe,
un impotente que desencadena efectos que no puede dominar y que imagina que con
las palabras y con sus invocaciones puede crear un mundo obediente a sus designios.
Es el sujeto desconocedor de su insanable división, de su servidumbre a esa “verdad”
que lo trasciende; es el sujeto que la fenomenología sociológica de nuestro tiempo,
influida por el psicoanálisis, llama “narcisista”. El narcisismo sería la presentación
clínica inducida por la dominancia del discurso del capitalista. Trasciende a lo
cronológico y a lo anecdótico que sea el período que separa a las dos guerras mundiales
aquel en que se impusieron en psicoanálisis los diagnósticos de “neurosis del carácter”
y “neurosis narcisísticas” más allá, en este último caso, del fugaz intento de Freud
por asimilarlas a las psicosis.
Una vez que Lacan, casi a modo de lítote, como
si de nada se tratase, dio a pensar en un quinto discurso dentro de las fórmulas
de su “cuadrúpedo” de la discursividad, quedaban abiertas todas las demás posibilidades.
Con cuatro discursos había veinte que estaban excluidos, pero si se hacía lugar
a un quinto, con el discurso del capitalista sumándose a los otros cuatro, restarían
aún diecinueve formulaciones diferentes no abordadas. Nos interesa, en el hilo de
nuestro discurso, definir, si cabe, otra fórmula, una específica del discurso dominante
en la sociedad postindustrial del capitalismo tardío diferente del matema del discurso
del capitalista. Plantear la hipótesis de otro posible discurso, el de la organización
social actual consecutiva al desarrollo de las tecnociencias. ¿Un discurso “post”?
Lacan mismo, como veremos, abrió el surco para pensarlo y lo hizo en Milán ese mismo
día de 1972. ¿Acabaremos por encontrar alguna de esas diecinueve fórmulas “latentes”
después del despliegue de las “cinco” primeras? Diré –trataré de demostrar – que
no, que nos aguarda una sorpresa.
Pero antes de abrir la posibilidad de un “sexto
discurso” debemos reflexionar sobre la congruencia y la conveniencia de este “quinto
discurso” o “cuarto discurso más uno” como también se lo ha llamado, que es tan
irregular en cuanto a la ordenación de los lugares como a la relación entre ellos
dados los cambios en las orientaciones vectoriales. ¿No hay más remedio que descalabrar
la estructura de los cuatro discursos postulados originalmente sin recurrir al hapax
legomenon de una fórmula bizarra? Creemos que sí hay otra posibilidad y que ella
fue bien esbozada por el ya mencionado y elogiado texto de Guy Lérès cuando él se
refiere a las “dificultades para escribir el discurso capitalista” y señala que
Lacan, en la lección del seminario que siguió a la producción de los cuatro discursos
“fait de S 2 la véritable dominante du discours du maître moderne sous les auspices
du Tout-Savoir de la bureaucratie” (Lérès, cit., p. 96). En función de esta referencia
a la recta línea de la formalización lacaniana, Lérès concluye: “Si le savoir est
en position dominante et si les différentes règles régissant les discours sont respectées,
ce qui s’écrit alors n’est pas autre chose que le discours universitaire” (p. 97).
A lo que agrega, citando el seminario del 11 de marzo de 1970 (siempre en L’envers
de la psychanalyse, p. 120): “Le discours universitaire est celui qui montre ce
dont s’assure le discours de la science […] Le S 2 y tient la place dominante en
tant que c’est à la place de l’ordre du commandement, à la place prémièrement tenue
par le maître, qu’est venu le savoir” Et la vérité —continúa Lérès— est occupée
par le signifiant S 1 ? en tant que ‘porteur d’ordre’ du maître.
Por eso podemos sostener, refrendando a Lérès,
que el discurso capitalista tiene ya su fórmula en el seno de los cuatro discursos
y ella no es otra que la del discurso universitario en donde el saber toma el lugar
del agente que repite y comunica los dictados del amo dirigiéndose a un otro ? que
no es ya el esclavo sino el proletario anónimo, sin rostro, siempre sustituible,
imagen misma del objeto a. (Vector S 2 → a en el discurso universitario). Se puede
dar cuenta de la novedad que implica el discurso capitalista, el discurso del amo
moderno, mostrando su equivalencia con el discurso universitario… y los discursos
siguen siendo cuatro. Y así no es necesario que “la rigueur de la lecture [du mathème]
en pâtit” (Lérès, cit., p. 98). Se precisaba de esta revisión crítica del “quinto
discurso”, capitalista, para hacer entrar en escena un nuevo aspirante a un lugar
propio en la danza de los discursos y luego mostrar que, también él, está ya previsto
en el esquema originario de los cuatro discursos de 1970.
En Milán Lacan no sólo dio cuenta de la presencia
ya secular del discurso del capitalista sino que, además, profetizó la aparición
de un nuevo discurso que se sumaría a él y que es esencial para nosotros en nuestro
tiempo en función de los debates clínicos y teóricos en los que participamos. El
discurso del capitalista tuvo una proficua descendencia en nuestras huestes lacanianas…
pero su continuador, ése, sigue llamando a nuestras puertas. Oigamos estas palabras
que quedaron olvidadas entre “ce qu’on dit et ce qu’on entend”.
A la vérité je crois qu'on ne parlera pas du
psychanalyste dans la descendance, si je puis dire, de mon discours... mon discours
analytique. Quelque chose d'autre apparaîtra qui, bien sûr, doit maintenir la position
du semblant, mais quand même ça sera... mais ça s'appellera peut-être le discours
PS. Un PS et puis un T, ça sera d'ailleurs tout à fait conforme à la façon dont
on énonce que Freud voyait l'importation du discours psychanalytique en Amérique...
ça sera le discours PST. Ajoutez un E, ça fait PESTE. Un discours qui serait enfin
vraiment pesteux, tout entier voué, enfin, au service du discours capitaliste. Ça
pourra peut-être un jour servir à quelque chose, si, bien sûr, toute l'affaire ne
lâche pas totalement, avant.
Al discurso PS, o PST, o PESTEUX, POSTCAPITALISTE,
POSTINDUSTRIEL que preferimos llamar discurso de los mercados está dedicada la continuación
de nuestra démarche.
II
El discurso de los mercados. Discours post, discours peste. (PST)
Es el momento en que podemos preguntarnos, a
modo de hipótesis: ¿Ha entrado en escena un nuevo discurso, no ya del amo ni del
capitalista, sino uno inédito, diferente de sus dos precursores, el discurso de
los mercados, con una estructura distinta del mensaje pontificio y sus resonancias
teocráticas (discurso del amo) y distinta de la ideología calvinista o, en general,
protestante, reconocida desde Max Weber como fundamento del sistema capitalista?
¿Hay en estos tiempos, una novedad, un tercer avatar del amo, caracterizado por
un discurso anónimo, ateo y amoral? Para definirlo en sentido estricto como un nuevo
discurso (y no una modalidad más bien descriptiva como en los sintagmas “discurso
filosófico” o “discurso de la ciencia”) deberíamos indicar los matemas que lo singularizan
en relación con los otros discursos y mostrar los elementos que participan en el
lugar del agente, del otro, del producto y de la verdad. Desarrollemos esta hipótesis
a la luz de lo que tantos observadores recalcan en el mundo contemporáneo.
Vemos ocupando el lugar del agente a un ser sin
rostro que no dice palabra alguna. La lógica discursiva de los mercados se presenta
como un conjunto de trasiegos, de vaivenes cibernéticos, fuera del tiempo y del
espacio, sin sujeto ni fin(es); podríamos decir que el semblante no es el del “capitalista”
(ni Henry Ford ni Bill Gates) sino el mercado con sus inescrutables “flujos de capital”.
A esa misteriosa entidad muda y atronadora podemos reconocerla como a, causa del
deseo, plus de goce, emisora de un discurso sin palabras y de una consigna enunciada
con sordina que puede ser sanguinaria, la del superyó: “¡Goza!”. En realidad el
agente es Nadie (Personne); no podríamos confundirlo con el amo tradicional. La
batuta y también la voz cantante en nuestro mundo “globalizado” corresponden al
“objeto”, a la mercancía que impone sus condiciones. ¿Quién ha sustituido al capitalista
que, entre tanto, había reemplazado al amo antiguo? El dispositivo definido por
Agamben como “todo lo que tiene, de una manera u otra, la capacidad de captar, orientar,
determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas,
las opiniones y los discursos de los seres vivientes” . Lacan mismo dejó apuntada
la respuesta que venimos desarrollando: el saber que originalmente pertenecía al
esclavo ( S 2 ): ese “saber hacer” y ese saber inconsciente que éste manifestaba
cuando el amo le hacía las preguntas que permitían revelarlo, ese saber está ahora
incorporado en el objeto. Él sabe cómo hacer siempre y cuando se respeten la “programación”
del servomecanismo, siempre y cuando se obedezca al mode d’emploi. Este “todo-saber”
(que no es “saber todo”) a disposición del nuevo amo es el núcleo de la nueva tiranía
del saber. Con ello se hace más opaco el lugar de la verdad. El signo de la verdad
está ahora en otra parte. Debe ser producido por eso que sustituye al esclavo antiguo,
es decir, por los que son ellos mismos productos, tan consumibles como los otros.
Como suele decirse: sociedad de consumo.
El saber tendrá que dar como resultado la producción
de los productos del saber. Debemos despejar de inmediato la niebla de esta frase
de apariencia pleonástica.
En el capitalismo es el operario, el proletario,
el que sustituye al esclavo. ¿Y ahora, en esta “nueva tiranía del saber” que denunciaba
Lacan? El ersatz del trabajador es el objeto que, a paso redoblado, viene sustituyendo
al productor directo de la plusvalía: el robot, que no tiene la forma caricatural
de la ciencia-ficción de aquellos años (cf. The sleeper, Woody Allen), la de antropoides
metálicos, sino los tan familiares controles remotos (los nuevos siervos), dispositivos
cada vez más pequeños, cada vez más portátiles, cada vez más cargados de funciones
digitalizadas. Estos objetos producidos masivamente, cargados de un saber misterioso
para sus usuarios, condenados a una rápida obsolescencia, vertiginosamente desechados
y remplazados por otros, han dando un nuevo rostro a la sociedad del capitalismo
tardío y son la concreción material de un nuevo discurso al que podemos caracterizar
con los matemas del álgebra lacaniana. El objeto a es, así, el agente del discurso
del mercado. Hay que evitar eventuales confusiones y recordar: “el agente no es
en absoluto y por fuerza el que hace sino aquél al que se hace actuar” . (l’agent
n’est pas du tout forcément celui qui fait, mais celui qui este fait agir) ¿A quién
hacemos actuar? A los servomecanismos, tanto para fotografiar las lunas de Júpiter
como para hablar por teléfono.
Seguimos con la estructura de este discurso de
los mercados. En el lugar de la verdad está el saber ( S 2 ) que comanda al agente,
un plexo de significantes que llama al gadget a existir, que lo inventa y que multiplica
sus copias, un aparato de producción de conocimientos que es la base del edificio
de la sociedad postindustrial. Es la ciencia, ese saber autónomo, que se especializa
sin cesar, con su expansión tan ilimitada como avasalladora, que se ostenta como
verdad, y que permite gobernar a lo real. Un saber que presume de “objetividad”
y que no sabe ni quiere saber nada ni del sujeto ni de aquél que la comanda: el
amo. La ciencia como una “empresa” que marcha de modo impredecible, que se da sus
propios fines, que obedece a sus propias leyes, “espontáneamente”, ignorante de
sus determinaciones sociales y políticas. Una “ideología de la forclusión del sujeto”
cuya máxima expresión se encontrará en la doxa económica que postula que los mercados
funcionan solos, regidos por sus propias leyes, independientemente de la voluntad
de sus actores y de quienes resultan afectados por los movimientos del capital.
La ciencia económica, proponemos, es el paradigma de una actividad humana productora
de saber que hace ver a la historia como efecto de procesos ingobernables y, por
eso mismo, fatales.
¿Quién es el otro al que se dirige el objeto
a desde el lugar del semblante / agente de este discurso cuya verdad es la ciencia?
¿Cuál es el destinatario del servomecanismo? Necesariamente, el sujeto ( $ ), el
del inconsciente y el del síntoma, el habitante y el “avotante” de la sociedad democrática,
el usuario y consumidor de los productos tecnocientíficos, el sujeto que ya no está
representado por un significante para otro significante (definición clásica, hoy
discutible, a partir de estas consideraciones sobre las nuevas formas de la experiencia
en el mundo postindustrial). El otro es hoy el sujeto ( $ ) que cree ser autónomo
cuando maneja los controles remotos, cuando decide la marca del equipo que comprará
y cuyos dedos se mueven al compás indicado por el manual del usuario. El que, estructuralmente,
responde y en la fórmula se ve como quien recibe los vectores que parten de los
lugares de la verdad ( S 2 ), según vimos, y del agente o semblante que da nombre
al discurso que tenemos en consideración, el objeto a.
¿Cuál es, para concluir, el producto que realiza
el sujeto como respuesta a la intimación proveniente de los objetos que ocupan el
lugar del semblante y a los que “se hace actuar”, según recordamos hace poco? El
“hombre unidimensional” marcusiano, el consumible sujeto de la sociedad de consumo,
se ve constreñido a conjurar los significantes que le han faltado en su erección
como ser hablante, a invocar esos nombres-del-Padre que pudieran darle continuidad
a su existencia en medio de la desorientación general, de la pululación de ofertas
significantes y de la falta de garantías de todas ellas. El sujeto se ve forzado
a crear los dioses que escuchen sus plegarias y lo hace adoptando significantes
que pudieran representarlo. A falta de nombre-del-Padre, produce nombres múltiples
y pasajeros que lo anclan en el mundo. Se adhiere a S 1 volátiles y los consagra
como dignos de su servidumbre, la de él: jefes de grupo, líderes fundamentalistas,
capos de mafia, emblemas nacionales o de colectividades, marcas de prestigio con
sus correspondientes logotipos, actividades compartidas (un deporte, un hobby o
un lobby), una particularidad que lo identifica con otros, por ejemplo, la edad,
la preferencia sexual, una enfermedad. Internet opera frecuentemente como agente
o semblante que se dirige al sujeto y le propone las opciones de significantes uno
que lo representarán mediante la creación de comunidades virtuales en las que no
es necesario poner el cuerpo y donde la imagen puede ser ajustada a voluntad. Él
y ella se preguntan “¿Quién soy?” y la respuesta es “Tú puedes elegir quién eres
si optas por uno de los significantes de identificación que se te ofrecen. Una vez
que escojas tu S 1 sabrás quien eres”. El sujeto, atomizado y aislado por los dispositivos
que lo excluyen del lazo social, con la estructura familiar debilitada, con la tierra
que desaparece de debajo de sus pies, con un lugar precario en la vida de la ciudad,
se aferra a identificaciones que satisfagan su necesidad de cumplir con algo o con
alguien. El producto en el discurso del mercado es el que hace el sujeto de sus
significantes amo ( S1 ).
Podemos ya establecer la estructura con la combinación
de los cuatro matemas lacanianos para dar cuenta de los discursos. Tenemos, así,
el discurso del mercado: ESCANEAR E INCLUIR AQUÍ EL DISCURSO DEL PSICOANALISTA CON
TODOS SUS VECTORES horizontaux verticaux diagonales
@
(agente)--------------------à $ (otro)
S2
(verdad)------------------- S1 (producto)
¡Qué resultado inesperado! No hemos desembocado
en alguna de las diecinueve fórmulas vacantes después de haber dado el paso en falso
de reconocer —y descartar— al ‘discurso capitalista’ como “quinto” dentro de la
posibilidad combinatoria de los cuatro elementos sino en un discurso que ya conocíamos,
justamente aquella que definía nuestra propia acción como psicoanalistas. ¿Cómo
es que la estructura de ambos discursos acaba por ser la misma? ¿Qué analogías puede
haber y qué diferencias permitirían distinguir a las dos modalidades en las que
el objeto a ocupa el lugar del semblante y cuya fórmula es la misma?
Primero, el agente: el mercado y el psicoanalista
actúan desde un lugar desubjetivado, hacen semblante de ser “nadie”, de ser agentes
de un discurso sin palabras, de blanquear y de desvanecer sus determinaciones personales
y su deseo. Ninguno de los dos “quiere” nada y ambos hacen de su deseo una incógnita
que aquél a quien se dirigen, el otro, el sujeto en uno y otro caso, trata de develar.
Por otra parte, tanto el analista como el mercado “histerizan” al otro e introducen
el discurso de la histérica en el analizante y en el consumidor. Los dos se presentan
como mercancías y tal vez pueda pensarse también al psicoanalista como un “servomecanismo”
cuyo deseo es el de que se haga uso de él por medio del despliegue del fantasma,
es decir, de las distintas posiciones que el sujeto ( $ ) puede adoptar ante el
objeto a. Hay un mode d’emploi (manual de instrucciones de uso) del psicoanalista
que consiste en cumplir con la regla fundamental que él enuncia al iniciar un análisis.
Necesariamente también los dos, los dos semblantes de a, fijan un precio por su
servicio, un servicio donde la oferta precede a la demanda pero que sólo puede ponerse
en movimiento si la demanda puede fundar un contrato de prestaciones recíprocas.
“¿Qué (me) quieres?” es la pregunta que tanto el sujeto como el usuario se hacen
y tratan de responder con relación a esa “cosa” que se presenta ante ellos despersonalizada,
haciendo semblante de ser causa del deseo. Las respuestas confrontan al sujeto con
lo real de su fantasma por el rodeo de lo imaginario. El analista toma el lugar
del sujeto supuesto saber aunque su deseo de analista está advertido de que ese
semblante que adopta será por fuerza decepcionante pues carece del saber que se
le atribuye y que no puede ser sino un semblante del objeto que pretende ser. El
producto científico, por su parte, se anuncia como un servomecanismo que realizará
el fantasma pero está también destinado a decepcionar y a una pronta decadencia
después de haber cumplido con la aspiración fantasmática de completar al sujeto
negando su falta.
Segundo, el otro: tanto el mercado como el psicoanalista
se dirigen al sujeto y le ofrecen una “sustancia” que podrá consumir, una respuesta
a su pregunta “¿qué me falta?”, un consuelo para su impotencia, un alivio para su
síntoma, en síntesis, un soporte para su transferencia. Dulcamara vende el “elixir
de amor”, remedio de la castración, y el sujeto es invitado a pagar el precio. La
condición es que el sujeto admita su falta y su búsqueda de ese goce que, cree él,
es el de los demás. Como ya hemos recordado citando a Lacan, el agente de un discurso
no es el que hace sino aquél a quien se hace hacer. Ambos, el objeto tecnocientífico
y el psicoanalista, son puestos a trabajar por el sujeto de la demanda pulsional
colocados en el lugar de “otro”.
Tercero, el producto: hemos visto que en los
dos casos se trata de la instauración de significantes uno ? S 1, de rasgos que
proveen al sujeto de una identificación y de una orientación acerca de su lugar
en el mundo. El “... donc je suis” no puede fundarse hoy, como en los tiempos de
Descartes —albores del capitalismo— en el “je pense”. Es un hecho indiscutible y
aun desde antes de que Lacan lo enunciase que “soy donde no pienso y pienso donde
no soy”. ¿Habrá un cimiento sólido para el ser en el “tengo...”, en el “yo manejo...”,
en el “puedo, gracias a mis muletas tecnológicas...”, en el “me parezco a...”, en
el “estoy en el roster de los...”, en el “soy un discípulo de..., un creyente en...,
un miembro de..., un consumidor de...”? Esas y muchas más son las respuestas que
ofrece el discurso del mercado al sujeto huérfano de Padre. El psicoanalista ofrece
también al sujeto la posibilidad de producir sus S 1. ¿Son los mismos significantes
los que produce el analizante que los que ofrece el mercado? Creemos que no; es
por eso que postergamos su exposición para más adelante, cuando veamos la esencia
del isomorfismo entre las dos estructuras discursivas, la del psicoanalista y la
del mercado. Constataremos que tal esencia reside no tanto en lo que se parecen
como en aquello que las distingue.
Finalmente, la verdad: para el mercado y para
el psicoanálisis es, abajo y a la izquierda en la fórmula que comparten, el S 2
?, el saber. Un saber que está materializado pero no puede leerse en los gadgets
tecnológicos, lathouses, semblantes del objeto a que “sirven” a su usuario. También
es el saber lo que el sujeto supone en el analista, el saber del inconsciente, algo
que no se sabe y que es, en última instancia imposible de saber, esa cadena significante
que insiste y que gradualmente irá revelándose, con los límites impuestos por tener
que decirse, a partir de las incitaciones que provienen de las palabras y los actos
del analista. El analizante ( ? $ ) habla (goza) y al oírse encuentra que su propia
cadena significante es una pregunta acerca de quién lo profiere, quién es ese “yo”,
formación imaginaria, que ocupa su lugar y habla en su nombre. Cumple con una injunción
formulada desde S 2 ?, el saber insabido y produce ? S 1.
El valor de una analogía, insistamos, reside
no tanto en eso que muestra de común entre dos entidades sino, y mucho más, en aquello
que las diferencia. Comprobamos ahora que la estructura del discurso es la misma
en el caso del mercado y en el caso del psicoanalista. No por ello cabe confundirlos
y se impone destacar las diferencias que acaban por ser diferendos.
En cuanto al agente: el objeto tecnológico no
sabe que no sabe y tiene a la mano todas las respuestas que su diseño le permite
dar; tampoco puede discriminar entre los usuarios que lo manejan, más allá de las
contraseñas que permiten acceder a su funcionamiento. Reconoce claves de acceso,
no sujetos. Su “memoria” es casi ilimitada y su accionar no sabe de actos fallidos.
La neutralidad de su operación es absoluta y no admite “vacilaciones calculadas”.
El agente del acto analítico, en cambio, es formado en un largo proceso de “cocción”
subjetiva, en un proceso de despojamiento progresivo y siempre inacabado de lo imaginario
y fantasmático en el arduo análisis del analista, en una laboriosa integración al
saber para reconocer que no hay saber que no sea semblante de una verdad que está
más allá de las posibilidades del lenguaje. El analista, si algo sabe, es que no
sabe y que habrá de actuar no con su saber sino con su ignorancia. Se niega a injertar
un supuesto saber en la ignorancia de quien lo interroga y no accede a satisfacer
las demandas del otro al que dirige su acto ( a → $ ). Mientras que el servomecanismo
está constante e incansablemente a la disposición de su propietario, el analista,
dueño de su tiempo y de la fijación del valor y del precio de su trabajo, suspende
constantemente, posterga sine die y refrena el acceso a su supuesto saber. Lo más
importante: mientras que ese semblante de a que es el servomecanismo asimila la
demanda y el deseo, el otro, el analista, sostiene la constante disociación entre
ambos y se niega a confundir los dos planos, haciendo de la demanda una pregunta
y un cuestionamiento del deseo que la subtiende. En su mecánica neutralidad el objeto
técnológico no tiene deseo mientras que el analista no da un paso sino en función
de su deseo aunque mantiene el semblante de no tenerlo (se abstiene de formular
otras demandas que las del cumplimiento de la regla y el pago de las sesiones) y
permite e incluso, con sus actos, instiga a que el analizante se interrogue acerca
de ese deseo del Otro que le resulta enigmático.
El “otro”, el sujeto $, está condicionado por
las respuestas del agente. El sujeto lo pone a hacer, pero las condiciones de su
mode d’emploi están determinadas por el saber incorporado en ese agente, trátese
del saber de la ciencia para uno o del saber “insabible” del inconsciente para el
otro. La respuesta que se espera del objeto técnico (el operado por control remoto,
el psicofármaco, la semilla transgénica, etc.) es una que no implica para quien
hace el pedido la necesidad ni la conveniencia de una modificación en la posición
subjetiva; el gadget es meramente un sirviente al que se le hace hacer. La demanda
de análisis supone, por el contrario, la expectativa de acabar con el sufrimiento
por la virtud de un nuevo saber que resultará de la experiencia analítica y que
hará del sujeto alguien distinto del que antes era. La relación con el robot y sus
sucedáneos es utilitaria y quien recurre a él pretende mantener una vinculación
puramente racional en el sentido de “me sirves o no me sirves y si no me sirves
te arrojo con los demás objetos de los que antes me he desprendido para cambiarte
por uno que responda mejor y más rápidamente a mis demandas”. La “transferencia”
depende, pues, de la satisfacción de las demandas. Distinto es el vínculo entre
el analizante y el semblante de objeto a que es el analista. La dimensión que sostiene
el encuentro es justamente la no satisfacción de las demandas, la no respuesta a
las preguntas, la oportuna denuncia de la ilusión de la idealización, la reserva
en cuanto a cumplir con la función de placebo que caracteriza al objeto técnico.
¿Cuál es la respuesta del sujeto ante esta no disponibilidad, ante la postergación,
ante la no satisfacción, ante el enigma del deseo? Paradójicamente es... el amor.
Si hay análisis, es imposible “servirse” del analista. La servidumbre del gozante
está excluida... para los dos partenaires del encuentro analítico.
¿—
Vayamos ahora al producto, que son | S 1, significantes amo. Por un lado, el objeto técnico, en sus diferentes modalidades, induce, como ya vimos, identificaciones colectivas con un sustituto del nombre-del-Padre que no es el significante que representa al sujeto sino algo que “hace falta” al personaje encarnado por el usuario que vacila entre infinitas posibilidades virtuales, opciones propuestas por el “menú”. ¿En qué se parecen los integrantes de la masa? En que todos quieren ser diferentes y reconocidos como tales. El cantante de rock, el maestro reconocido, el psicoanalista, el jefe de la banda de delincuentes, el ídolo del deporte, el dictador sanguinario, el predicador evangélico, asimilan a todos los que se empeñan en encontrar un modelo de vida y que aspiran a cubrir el vacío del que proceden por la no inscripción del nombre-del-Padre, por el fracaso de la metáfora paterna que representa y a la vez obtura el deseo de la madre.
Vayamos ahora al producto, que son | S 1, significantes amo. Por un lado, el objeto técnico, en sus diferentes modalidades, induce, como ya vimos, identificaciones colectivas con un sustituto del nombre-del-Padre que no es el significante que representa al sujeto sino algo que “hace falta” al personaje encarnado por el usuario que vacila entre infinitas posibilidades virtuales, opciones propuestas por el “menú”. ¿En qué se parecen los integrantes de la masa? En que todos quieren ser diferentes y reconocidos como tales. El cantante de rock, el maestro reconocido, el psicoanalista, el jefe de la banda de delincuentes, el ídolo del deporte, el dictador sanguinario, el predicador evangélico, asimilan a todos los que se empeñan en encontrar un modelo de vida y que aspiran a cubrir el vacío del que proceden por la no inscripción del nombre-del-Padre, por el fracaso de la metáfora paterna que representa y a la vez obtura el deseo de la madre.
¿Y en el análisis? También hay producción de
significantes uno, pero, en este caso, el significante no colectiviza sino que apunta
–tal es el deseo del analista – a la diferencia absoluta, es decir, la singularidad
irreductible del sujeto, aquello por lo cual él es como es y, por lo tanto, no es
como nadie. Las identificaciones colectivas son formaciones fantasmáticas y ellas
son las ofrecidas por los emblemas congregantes. La “diferencia absoluta” es el
resultado del atravesamiento (affranchisement)del fantasma. Por esta identificación
con el significante de su diferencia el sujeto sabe cómo ser sin necesidad de “ser
como”.
—?
En último término, en el lugar de la verdad,
el saber | ( S 2 ). El agente en el discurso del mercado es el objeto o el dispositivo:
el reloj, el panóptico (o videocámara oculta), el “ansiolítico”, etc., que nada
sabe del proceso que lo formó ni del saber científico, histórico, contingente, que
conlleva. El trabajo simbólico de la ciencia, subyacente al objeto, es la verdad
del agente del discurso del mercado que lo desconoce. No se trata de un saber reprimido
sino de un saber incorporado en la estructura material de esa “cosa que sirve” a
un sujeto. Su funcionamiento está completamente sometido a la razón. Lo “irracional”
en ellos sería el (incalculable) goce que anima al usuario. Muy distinta es la función
del saber como verdad del discurso del analista. Es también un saber que no se sabe;
es una apuesta al despliegue de un saber por venir, el de lo reprimido en el sentido
freudiano y también el de lo imposible de saber, el deseo del Otro que preexiste
tanto al analista como al analizante. Hablamos de esa piedra fundamental del sujeto
que también es freudiana en su origen y que llamamos “represión originaria”. Hay
entonces, en el saber del analista, dos componentes, el de la impotencia, capaz
de ser rebasada (aufgehoben), y el de la imposibilidad que constituye el límite
de todo saber, núcleo de la verdad y del ser (Kern unseres Wesen), lo real inaccesible
al símbolo, imposible de incluir en la cadena significante.
Hemos intentado elaborar los rasgos comunes y
los diferenciales en esta inquietante analogía entre el discurso del analista, tal
como lo formuló Lacan a fines de los años ’60 del siglo pasado, y un nuevo discurso,
el del mercado, que nos parece dominante en las formaciones sociales de la primera
década de un nuevo siglo y también, muy previsiblemente, en las que vendrán.
Lacan comenzó por caracterizar al discurso del
amo como matriz de los cuatro discursos canónicos y, luego, propuso una modificación
que es el ‘discurso capitalista’ cuya pertinencia discutimos y acabamos asimilando
al discurso universitario. En la secuencia de nuestro trabajo hemos hecho lugar
a un nuevo discurso, el del mercado, que no sería ni un “quinto” ni un “sexto” discurso
sino que se agrega a los anteriores y tiene la misma estructura que el discurso
del analista aunque sus funciones sean opuestas.
Sostendremos que los indicadores de esta trasposición
de los lugares (del amo al capitalista, del capitalista al mercado) deben buscarse
en la historia de los modos de producción en occidente y, muy especialmente, en
el pasaje gradual y progresivo de la ideología feudal a la liberal y de ésta a la
neoliberal. El nuevo discurso corresponde a las novedades de la vida social que
Lacan observaba y podía presagiar que seguirían desarrollándose debido al progreso
avasallador de las ciencias que conducirían –tal era su ominoso presagio – a un
incremento de los procesos de segregación y a un futuro de campos de concentración
por el camino de los mercados unificados y de las comunidades económicas celosas
de sus prerrogativas.
Es moneda corriente hablar del “pesimismo” de
Freud en los últimos años de su vida. Puede decirse lo mismo de Lacan, pero nosotros
preferimos hablar de “realismo”, de despojamiento de las ilusiones. Después de la
conferencia de Milán de 1972 donde escribió la fórmula del discurso capitalista,
sus discípulos se dedicaron a la exégesis y, como nosotros aquí, al comentario crítico
de esa fórmula. Pero pasó inadvertido el otro adelanto lacaniano, ese mismo día,
de un nuevo discurso, no ya advenido sino por venir, un discurso que haría vanas
sus formulaciones sobre el psicoanálisis y su propia enseñanza, un discurso que
incluso recibió de él una denominación: PS o PST, un discurso de la peste, apestoso,
sirviente y coronación del discurso capitalista que nadie sabe adónde puede conducir.
PS o PST ¿no es acaso también POST? Postcapìtalista, postindustrial, alternativa
del discurso analítico por él promovido, este discurso de los mercados que tiene
la misma escritura que el discurso analítico y que plantea una oposición de fierro:
o el psicoanálisis o la dominación del objeto tecnocientífico con forclusión del
sujeto que queda reducido a la condición de productor de significantes amo ofrecidos,
propuestos, impuestos por el Otro.
Estas consideraciones podrían auxiliar en la comprensión de ciertos rasgos de la subjetividad tal como se presentan ante nuestra escucha.
Estas consideraciones podrían auxiliar en la comprensión de ciertos rasgos de la subjetividad tal como se presentan ante nuestra escucha.
Bibliografía
y notas
Puntos a desarrollar: (¿en un tercer artículo?)
Dispositivo analítico y dispositivo en Foucault,
Deleuze y Agamben.
Tres discursos, tres modalidades del maître,
tres tipos de escritura: manuscrita, industrial, informática.
Tres modos de producción: feudal, capitalista,
postindustrial.
Tres modalidades clínicas sucesivas como respuesta
al discurso del Otro de la dominación: neurosis, narcisismo, a-dicción.
Teoría económica contemporánea: neoliberalismo
y postcapitalismo.
Quelqu’un a, plusieurs, beaucoup, enfin, je ne
pense pas tous ici seraient en état de faire comme il y a été fait tout à l’heure
directement allusion à mes dits quadripodes ; si évidemment, j’ai pu de ces quadripodes,
et de leur rotation, spécifier d’une certaine façon le discours du maître, et je
dois dire d’autres discours, j’en ai distingué, notamment le discours universitaire
en tant qu’il est distinct du discours scientifique, ça n’est évidemment quelque
chose qui n’a pu être construit, qui n’a pu être pensé, qu’à partir du discours
analytique ; s’il n’y avait pas de discours analytique, je n’aurais évidemment pas
pu, je n’aurais jamais pensé le discours du maître comme simplement un certain type,
un certain mode de cristallisation de ce qui fait en somme le fond de notre expérience,
à savoir la structure même de l’inconscient ; personne n’avait songé à y référer
le discours du maître lui-même, mais il est singulier, il est remarquable, il m’a
surpris moi-même, n’est-ce pas ? ; qu’en somme ce soit arrivé à donner là un poids,
un sens, une nécessité, sous le terme de « plus-de-jouir », à ce que dans un discours
du maître bien spécial, le discours capitaliste, Marx avait su isoler, détecter
comme en étant le ressort, le ressort majeur, à savoir la plus-value – il ne s’agit
pas du discours du maître comme tel, mais d’une certaine variété de ce discours,
le discours dit capitaliste, qui ne s’en distingue qu’à un tout petit changement
dans l’ordre des lettres, les miennes.
C’est un fait qu’en détectant, dans le sens du
discours capitaliste, la plus-value comme un ressort essentiel, Marx a tout (188)d’un
coup conféré une consistance et une puissance au discours du maître dont vous n’avez
pas fini de voir les résultats, je veux dire qu’il est absolument certain que le
capitalisme d’état, qui est celui qui règne en U.R.S.S., nous montrera dans la suite
qu’il y a tout intérêt à ce que le discours du maître sache ce qu’il fait. Et c’est
évidemment quelque chose dont l’avènement a son poids propre, mais quand même il
n’est, à mes yeux, pas du tout sans intérêt qu’en ce qui le concerne, le discours
psychanalytique, non seulement prenne corps, mais ait d’ores et déjà pris corps,
que vous le vouliez ou pas, et que ce congrès soit un témoin du fait qu’enfin il
y a un intérêt, un intérêt universel puissant, à ce que ce discours se maintienne
– là, il n’est pas forcé que les psychanalystes eux-mêmes en aient pris conscience
pour que déjà ça fonctionne.
J. Lacan, Le Séminaire. Livre XVII. L’envers
de la psychanalyse. París, Seuil, 1991, p. 31 y Radiophonie, Autres Écrits, París,
Seuil, 2001, p. 447.
J. Lacan, Le Séminaire. Livre XVII, cit., p.
105.
Debo justificar esta innovación tipográfica mía
que es extraña a la tradición lacaniana y a la letra misma tal como siempre la utilizó
el propio Lacan. Él usó siempre el signo en cuestión como a minúscula (petit a)
aunque lo escribiese de dos maneras: a en cursivas cuando se refería a la imagen
del otro (autre), en el registro imaginario, por ejemplo en la fórmula del fantasma
( $ <> a, en el grafo del deseo, o: i (a) para inscribir el matema de la imagen
del otro en el mismo grafo); después usó la a sin cursivas, como mínima notación
algebraica, una vez que hubo “inventado “ el objeto a minúscula, perteneciente al
registro real. Mi propuesta para referirme a este objeto es: @, una a minúscula
seguida de una cola o espiral, arroba, en nuestras lenguas romances. En tal caso,
la a queda encerrada en una letra o, o de objeto, inacabada, no cerrada. Este signo
tipográfico es hoy de uso general y figura en todas nuestras actuales “máquinas
de escribir”, no tiene un sonido (es a-fónico, una pura letra) que lo haga partícipe
de equívocos significantes que son distintos en cada lengua (la letra a es una preposición
en español (voy a casa), una manera de conjugar el verbo “tener” en francés (il
a), un artículo indefinido en inglés (a something ), un artículo definido de género
femenino en portugués, etc. La @ carece de imagen especular pues es simplemente
un “lugar”, hecho que es particularmente claro en inglés donde lo que nosotros llamamos
“arroba” se lee como: at. La notación @ hubiera sido impensable cuando el objeto
“a” fue "inventado" por Lacan y hasta 1990. Creo que son evidentes las
ventajas de usar la escritura @ en los textos lacanianos y particularmente en la
explicitación de los cuatro discursos. Quien lee @ sabe que está en otra álgebra:
la de Lacan. Las consideraciones que seguirán sobre el discurso del analista y sobre
el de los mercados como semblantes apuntalarán esta propuesta.
J. Lacan, “Remarque sur le rapport de Daniel
Lagache”. Écrits, París, Seuil, 1966, p. 659.
J. Lacan: Le Séminaire. Livre XVIII (a). Le savoir
du psychanalyste. Leçon du 2 décembre de 1971. Inédit.
J. Lacan: La Séminaire. Livre XVII, cit., leçon
du 11 mars 1970, p. 126.
Leçon du 6 janvier 1972.
Antes de proponer el sintagma “discurso capitalista”
Lacan se había ya expresado con desdén sobre el capitalismo y su producción de gadgets:
“no es que el capitalismo no sirva para nada sino que son los objetos que él produce
los que no sirven para nada” Le Séminaire. Livre XVI. D’un Autre à l’autre. Leçon
du 19 mars 1969. París, Seuil, p. 200.
J. Lacan, Le Séminaire. Livre XVII. L’envers
de la psychanalyse. Cit., p. 188.
J. Lacan, « Radiophonie». Autres écrits. París,
Seuil, 2001, p. 444.
J. Lacan, Conferencia en la Universidad de Milán
del 12 de mayo de 1972. En Lacan in Italia (1953-1978), La Salamandra, Roma, pp.
32-55. Versión electrónica en francés: http://pagesperso-orange.fr/espace.freud/topos/psycha/psysem/italie.htm
Roland Chemama (ed.): Diccionario de psicoanálisis.
Amorrortu. Buenos Aires, 1998, p. 114. Colette Soler (2001)“L’angoisse du prolétaire
généralisé” en http://www.champlacanienfrance.net/IMG/pdf/csolercours.pdf . François
Terral “Sur le lien social capitaliste”, En-Je (1), 2003, pp. 139-150. Hervé Defalvard:
Les non-dits du marché. Dialogue d’un économiste avec la psychanalyse. Ramonville,
érès, 2008, pp. 149-171. Guy Lérès: “Lecture du discours capitaliste chez Lacan.
Un outil pour répondre au Malaise” Essaim, (3), 1999, pp. 89-109. Raul Albino Pacheco
Filho: “A praga do capitalismo e a peste da psicanálise” A Peste (1), Sâo Paulo,
2009, pp. 143-164. Alberto Fernández: “Sonriente plus de goce del capitalista” :
http://www.galeon.com/elortiba/lacan8.html . Frank Chaumon: “Sujet de l’inconscient,
subjectivité politique” Essaim (22), 2009, pp. 7-22.
Dispositivo es el término general que ha sido
tematizado por Foucault, Deleuze y Agamben. Es el vocablo correcto para nombrar
el escenario de un psicoanálisis (dispositivo analítico). Para el dispositivo que
deriva del saber tecnocientífico preferimos la expresión “servomecanismo” que vale
tanto para un psicofármaco como para un aparato electrónico.
G. Agamben: Qu’est-ce qu’un dispositif, París,
Rivages, 2007, p. 31.
J. Lacan: Le Séminaire. Livre XVII. Cit., p.
, leçon du 17 décembre 1969.’?
Ibíd., Cit., p. 197. Leçon du 10 juin 1970.
Valga como homenaje a Georges Perec. Cf.: La
vie: mode d’emploi , Hachette, París, 1978.
J. Lacan, Le Séminaire. Livre XI: Les quatre
concepts fondamentaux de la psychanalyse. Seuil, París, 1973, p. 248.
J. Lacan: “Proposition du 9 octobre 1967”. En
Autres Écrits. Seuil. París, 2001, p. 243.